Abrigos hechos de botellas de plástico rescatadas del mar, chaquetas reflectantes que se convierten en tiendas de campaña para refugiados o un código en la camiseta que permite saber por qué manos ha pasado, son algunas de las iniciativas presentadas hoy en la Miami Fashion Week.

Siguiendo la voluntad de su presidente honorífico, el actor Antonio Banderas, de enfocar este evento hacia la sostenibilidad de la industria textil, la que más contamina después de la petrolera, el Miami Dade College acoge una serie de conferencias bajo el nombre de Miami Fashion Summit sobre la ética en la moda.
«Somos conscientes de que los cambios que tienen que haber serán lentos. No podemos cambiar las cosas en uno o dos años. Es un monstruo que debe empezar a ser consciente de cómo vive», dijo Antonio Banderas antes de sentarse entre el público como un oyente más.
El madrileño Javier Goyeneche, creador de la marca de moda sostenible Ecoalf, transforma 80 botellas del fondo del mar en una chaqueta de unos 80 euros (93 dólares).
Con su nuevo proyecto, «Upcycling the oceans», quiere contrarrestar de alguna manera los 450 años que tarda una botella en descomponerse o las 650.000 toneladas de redes de pescar que yacen en el fondo del mar.
En vez de empezar el proceso con petróleo, «lo hace al revés», y utiliza como materia prima el plástico que centenares de pescadores de la costa de Levante (España) le ayudan a recoger.
Y aunque asegura que hay mucho miedo en la industria y ha recibido llamadas del «lobby» del plástico, su proyecto ha llegado a países como Tailandia y hasta un equipo de fútbol, el Deportivo de la Coruña, viste su indumentaria hecha de botellas de la costa gallega.
Otra de las conferenciantes fue la diseñadora india Kavita Parmar, que cumplió su sueño de abrir una tienda en el centro de Madrid, pero tras la crisis de 2008, cuando le dijeron que el futuro era el «low-cost», decidió «volver a escribir el sistema».
«Lo que importa es el individuo. Si supiéramos quién nos viste, iríamos desnudos», afirmó la diseñadora, vestida con una túnica que ya no se puede encontrar porque los artesanos del este de China «no se lo pueden permitir y todo son copias».
Para individualizar la moda, Parmar creó IOU Project, una marca que incluye en sus prendas un código que permite identificar quién ha elaborado cada paso en la creación del vestido y las historias personales que hay detrás.
La diseñadora, activista y educadora estadounidense Sass Brown, por su parte, lamentó el actual modelo «muy conservador» y los «vergonzantes» datos del sector, como los 73 millones de niños menores de 10 años que están trabajando en talleres de confección u otras instalaciones de la industria textil.
«Necesitamos un cambio profundo y es responsabilidad de los diseñadores construir una nueva industria», aseveró la activista.
Para Brown, la ética en la moda también se refiere a los estándares «irreales» de belleza para los que todavía se diseña, en una sociedad en la que un 91 % de mujeres está descontenta con su cuerpo, un 40 % de niñas menores de seis años quieren estar más delgadas y un 35 % de entre 6 y 12 años ya han hecho algún tipo de dieta.
Y aunque el diseño ético y sostenible «solo se está empezando a explorar», debido a que los diseñadores no lo consideran «cool», asegura Brown, algunas iniciativas de diseñadores jóvenes y emergentes labran el camino.
El diseño de ropa para personas discapacitadas es uno de los aventurados nichos en los que explorar, así como la vestimenta para personas refugiadas, a lo que la joven diseñadora estadounidense Ángela Luna quiso dedicar un proyecto para que el diseño de ropa no tenga solo un uso estético.
De este modo, la activista, estudiante de la prestigiosa escuela de moda Parson’s de Nueva York, animó a popularizar accesorios como unas joyas hechas de balas recicladas de Myanmar, un ejemplo del camino que considera que tiene que tomar la moda, lejos de los «extravagantes diseños» de las alfombras rojas. EFE




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