La pandemia aceleró cambios en las formas de interactuar en las aulas de clase. De la noche a la mañana correspondió a los docentes aprender o en todo caso, a profundizar conocimientos sobre el uso de tecnologías de información y comunicación en espacios educativos.

Dependiendo del grupo etario al que pertenezcamos, conocemos un poco más, un poco menos sobre Classroom, Google Meet, Zoom, programas de edición de videos, entre otras herramientas que hoy son de uso cotidiano y que, en los próximos años, seguramente seguirán reinventándose y formando parte de nuestras actividades, porque la educación venidera será multimodal y estará en sintonía con los cambios en materia tecnológica.

Este nuevo panorama nos obliga -y a las instituciones a las que pertenecemos- a emprender procesos de formación continua para no convertirnos en una suerte de cuerpo inerte, al cual le resulta difícil comunicar en virtualidad, porque desconoce cómo usar y sacar provecho a estos recursos.

El docente debe asegurarse que el mensaje que transmite es recibido sin interferencias en el proceso, por un receptor que se pasea entre los millennials y centennials, conoce de tecnología, la usa cómodamente cada minuto de su vida, quizá no con el sentido que quisiéramos los profesores, pues las redes sociales y muchos youtubers siguen haciendo de las suyas, se han convertido en referentes para nuestras chamas y chamos, desvirtuando en algunos casos, lo que transmitimos los profesores.

Como vemos, la comunicación se convierte en un eje de relevancia en este proceso. Uno de los máximos representantes de las ciencias de la comunicación en Latinoamérica, Antonio Pasquali, indica que la comunicación ocurre cuando hay «interacción reciproca entre los dos polos de la estructura relacional (transmisor-receptor)» realizando la ley de bivalencia, en la que todo transmisor puede ser receptor, todo receptor puede ser transmisor. es decir, se trata de un proceso bidireccional”.

En este sentido, si no somos capaces de auditar la comunicación establecida con los estudiantes en aulas virtuales, algo debe estar obstaculizando esta interacción, realidad que nos impone retos de envergadura.

Comunicar en este contexto y que esa generación posmilénica -que representa aproximadamente el 23,7 de la población mundial- valide a sus docentes como interlocutores, conlleva a una interpelación constante por parte de los facilitadores, que les permita reflexionar sobre qué tan preparados estamos para proseguir en espacios educativos multimodales. Nos adaptamos o nos arrastra la corriente.

El docente debe aprender para enseñar. Antes de la pandemia nos sentíamos como pez en el agua. Ahora el escenario es otro y debemos interpelarnos al respecto. Preguntarnos qué sabemos y qué debemos mejorar.

Tenemos que aprender para transmitir, especializarnos en estas nuevas formas y adaptarnos a espacios virtuales en donde los mensajes, simulaciones, presentaciones en PPT u otras formas de llevar información, sean llamativas en cuanto a diseño.

Una especie de vitrina que debe mercadearse para que el otro, nuestro estudiante, la consuma. Si buscamos sinergia, debemos esforzarnos en este sentido. A esta realidad le sumamos, estrategias para que los estudiantes participen, interactúen y enriquezcan las aulas virtuales con sus aportes.

Sobre este particular, un compañero de trabajo en la Universidad Arturo Michelena, Miguel Gallardo, me indicaba de la necesidad de tejer algo en conjunto con los estudiantes a pesar de las brechas generacionales que pudieran estar presentes. Traigo la conversación a colación porque no basta con dominar herramientas tecnológicas y presentar creativamente los contenidos. Las clases virtuales deben apuntar a procesos constructivistas.

Para ello es necesario la empatía con el otro, comprenderlos, construir juntos. Ese modelo hegemónico del profesor sabelotodo, conductista y castrador, no tiene vigencia en este siglo, mucho menos si hablamos de un esfuerzo sinérgico en la comunicación entre docentes y estudiantes.

Bajo este escenario debemos posicionar la imagen del docente motivador. Con esto no quiero decir que nos vamos a convertir en gurúes espirituales, pero si, en especies de guía. Para generar empatía y motivar a las participaciones estudiantiles en espacios virtuales, se hace necesario que comencemos a escuchar.

La juventud exige a gritos que quienes los forman, además de los conocimientos propios de la disciplina, les transmitan esperanza, fortaleza, solidaridad y fe, elementos necesarios para que nuestros interlocutores consoliden sus valores, integridad, criticidad y cuyas decisiones, en especial se vean reflejadas a mediano plazo en sintonía con la paz, el amor, el respeto y la vida en democracia.




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