Las imágenes son apocalípticas. Aunque ya se sabe que en el reino chavista puede pasar cualquier cosa, la evidencia de que una banda de hampones se puede apoderar de una parte de la ciudad capital, detener el tráfico a su antojo, caerle a tiros a cualquiera, por puro deporte, y retirarse a sus trincheras cuando le da la gana, sin que las fuerzas encargadas de mantener el orden puedan controlar nada, da una idea de lo que significa vivir en Venezuela en estos días aciagos. Cuando uno piensa que las cosas no pueden ir a peor, viene algo como esto y acaba con el mito de que la tragedia tiene límites.

De todas partes llegan noticias que confirman el caos. Fotos y videos que muestran un túnel cerrado por los malandros mientras heridos de bala –civiles alcanzados por disparos que llegan desde cualquier parte- esperan el “permiso” para atravesar el bloqueo y llegar a un hospital. Miembros de las bandas criminales encaramados en un techo desde el que le disparan a los carros, a los edificios o al cielo. No es falso que Venezuela sea uno de los países más violentos del mundo. Lo dicen las estadísticas de homicidios y lo ratifican de manera brutal los sucesos de los últimos días.

La respuesta del régimen, como sucede siempre que ocurren calamidades de este tamaño, es echarle la culpa a otro y tratar de esconder su incapacidad y su participación en el origen del desmadre. La ministra del Interior pidió este jueves no transitar por las zonas aledañas de las parroquias La Vega, Santa Rosalía, El Paraíso, San Juan y El Valle e hizo un llamado a “permanecer en resguardo, mantener la calma y la confianza en nuestras instituciones de seguridad del Estado”. Más tarde, en otra declaración, se atrevió a decir que “la derecha financia y suministra armas a bandas terroristas” en la Cota 905. O sea, en lugar de proteger, que cada quien se meta en su casa y se tire al piso. Y por supuesto, bien lejos con la realidad de que muchas pandillas criminales han contado con apoyo oficial –lo que quiere decir armas y sueldo- y han actuado como fuerza de choque contra la oposición.

En un acto con autoridades militares, Nicolás Maduro afirmó tener más de 600 mil fusiles para armar a la milicia bolivariana: visto lo que ocurre, ya se puede predecir hacia dónde irá a parar buena parte de ese armamento. Y en una suerte de epitafio adelantado de la acción oficial, el jefe máximo del CICPC había propuesto a finales del pasado mes de abril una mesa de negociaciones con los capos de la banda de la Cota 905 para lograr que depusieran las armas en un ambiente de paz. No se sabe si se llegaron a iniciar las conversaciones, pero está claro que no hubo mayores acuerdos.

La gran perdedora de todo, como siempre, es la población civil: los heridos y muertos que se convirtieron en diana porque a uno de los malandros se le antojó soltar una ráfaga. Los habitantes de las parroquias que tienen días sin dormir porque los disparos no cesan. Al final, la raíz de todo es que el país está ocupado por la peor gente. Narcos, terroristas y traficantes son dueños de amplios sectores de las zonas fronterizas y controlan los sitios donde se explotan minerales y se concentran cargamentos de droga. Los delincuentes están en el proceso de apoderarse de trozos de ciudades para sentirse a sus anchas; por pura necesidad de poder. Y tanto Miraflores como los poderes públicos y la milicia están ocupados por el chavismo.




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