“La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si uno no pensara siempre en sí mismo. Nuestros conciudadanos, a este respecto, eran como todo el mundo, pensaban en ellos mismos, dicho de otro modo, eran humanidad: no creían en las plagas. La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan, y los humanistas en primer lugar, porque no han tomado precauciones. ” Albert Camus (La Peste)

Hace setenta y cuatro años, exactamente en junio de 1947, un joven escritor – Albert Camus, quien diez años después recibiría el Premio Nobel de Literatura- publicaba La Peste, obra considerada un clásico del existencialismo (una etiqueta a la que Camus siempre tuvo aversión) en la cual narraba la historia de unos doctores que descubren el sentido de la solidaridad en su labor humanitaria en la ciudad de Orán, en Argelia, mientras ésta es diezmada por la plaga…

Primero aparecen ratas muertas, luego se multiplican y toman todos los espacios. Durante algún tiempo, los ciudadanos no se dan cuenta de lo que está sucediendo y la vida parece seguir adelante –en apariencia, nada ha cambiado- “La ciudad estaba habitada por personas dormidas sobre sus pies”.

Cuando los habitantes de la ciudad quedan encerrados en ella, la peste se torna “asunto de todos”, aun de aquellos que se negaban a reconocer su existencia o a llamarla por su nombre.

Y allí se da inicio a la lucha del ciudadano contra lo absurdo, lo irreal, lo que no puede ser y es. Hoy aquí vemos como nuestra realidad existencial- que no existencialista – se resiste a aceptar lo real, pues admitir con responsable sinceridad cuanto nos acontece como Nación, nos obligaría a admitir nuestros desaciertos no tan solo controlando roedores, sino evitando la propagación de la peste cabalmente y encarando sus consecuencias. Acá nuestra peste va más allá del fatal flagelo, pues tampoco se divisa la moral que tanto ayuda, pareciera que Dios se ha escondido y que la irracionalidad de la vida es inevitable. Siguiendo a Camus con lo absurdo de cuanto acontece, lo que hemos vivido nos retrata la descomposición del venezolano en tiempos, anhelos y lugares. Y sigue la novela, o la vida novelada, pues una y otra vez, el flagelo se ensaña… Y el ciudadano olvida. Anhela retomar su vida de cuando antes de la pandemia. Siempre del mismo modo: después de las desgracias, el hombre trata de pasar página cuanto antes… Y otra vez olvida.

Pero la advertencia de Camus resulta lacerante: “El bacilo de la peste nunca muere o desaparece, puede permanecer dormido durante décadas en los muebles o en las camas, aguardando pacientemente en los dormitorios, los sótanos, los cajones, los pañuelos y los papeles viejos, y quizás un día, solo para enseñarles a los hombres una lección y volverlos desdichados.”

Camus describe a través de su relato la condición humana, doblegada por lo absurdo de la muerte, que pone fin y límite al deseo humano de vivir. La muerte es la pandemia, es el mal, ese aniquilamiento siempre temprano e impredecible, desgraciado e injusto. La muerte es, finalmente, el símbolo y la realidad misma opuesta al justo sueño de felicidad que abriga cada uno de nosotros en el fondo del corazón.

Hacer frente al absurdo de la peste, así se sepa que no va a ocurrir la victoria, es para Camus:

El acto de más alto valor del hombre estriba para Camus en no aceptar su destino trágico, es ser un hombre rebelde, como el doctor Rieux que se dedicaba toda la jornada y parte de la noche, curando enfermos, así, todos sus pacientes murieran.

Con esta crónica Camus se rebela contra injusticia y el mensaje aleccionador que nos deja es que aún en las circunstancias más adversas hay lugar para la esperanza.

Rebelarse es escuchar el llamado de los humillados, de los derrotados por la pandemia, este fue el sentido que le dio el doctor Rieux: no aceptar la plaga como modo de vida, al contrario, rebelarse frente a ella, siendo amable y solidario con el enfermo, ejerciendo eficazmente su ser, su labor de médico, en una palabra su esencia de hombre, pues son éstos los compromisos, en el dar, el que da sentido a la existencia. Allí donde el individualismo, la desesperanza y la desconfianza han deshilachado el tejido social ante los estragos del virus (los vínculos se contaminan de miedo al contagio) la gesta heroica de Bernard Rieux aparece para sanar y dando lo mejor de sí, invita a creer que no todo está perdido.

PD: El COVIX no es una plaga como la peste. Tiene otro origen y manifestaciones. Sin embargo, la analogía del planteamiento expresado por Albert Camus tiene muy acertadas semejanzas.

Vaya entonces nuestro sincero y sentido reconocimiento a todos esos Doctores y Doctoras Rieux, esos verdaderos “Héroes de la Salud” que ofrendaron sus vidas en el noble e incomparable compromiso de entrega profesional, social y moral. A pesar de la tensión y sobrecarga asistencial, de la necesidad de protección, del miedo al contagio y a contagiar al paciente o familiares, del estrés agotador, estos ángeles fueron la puesta a tierra de una sociedad que ha tardado mucho en tomar conciencia.

Manuel Barreto Hernaiz




Estimado lector: El Diario El Carabobeño es defensor de los valores democráticos y de la comunicación libre y plural, por lo que los invitamos a emitir sus comentarios con respeto. No está permitida la publicación de mensajes violentos, ofensivos, difamatorios o que infrinjan lo estipulado en el artículo 27 de la Ley de Responsabilidad en Radio, TV y Medios Electrónicos. Nos reservamos el derecho a eliminar los mensajes que incumplan esta normativa y serán suprimidos del portal los contenidos que violen la Constitución y las leyes.