Desde hace casi dos décadas llegó una plaga al país que se propagó por todo el territorio nacional, infectó las instituciones y hoy Venezuela padece la “peste roja” que es  la terrible enfermedad que ella transmite.

El vector transmisor es un asqueroso gusano que pretendió hacerse ver como la medicina de los oprimidos, pero al cabo de muy poco tiempo fue mutando para convertirse en un espécimen aborrecible. En un parásito insaciable que se incrusta en la cabeza de los individuos potenciándole los más ruines sentimientos, bloqueándole la autoestima reduciéndolos a la nada, los induce al conformismo, a permanecer en la pobreza, sobrevivir en la miseria, a soportar cualquier tipo de maltrato y humillación. Esa peste, desde luego, disminuye las expectativas de vida del grupo que la padece.

Aunque el nombre de la enfermedad es “la peste roja” el gusano se nos presentaba revestido de un color verde oliva sin embargo, en la actualidad es multicolor mimetizándose en diferentes grupos sociales.

El parásito, cual sabandija, se nutre de la sangre del receptor.

El pesticida

Para combatirla se deberá fumigar.

Las medidas para su erradicación tienen que ser drásticas, muy contundentes, inclusive sin el consentimiento del enfermo porque sabemos que ese gusano le impediría expresarlo con libertad ya que tiene bloqueado los sentimientos de autoestima. Tendremos que recurrir a fuerzas externas y a las internas que no estén contaminadas.

Como primera acción debe extraerse el gusano, esto es, apartarlo de la víctima y posteriormente con largas sesiones educativas proporcionar las herramientas necesarias para crear los anti cuerpos e impedir que vuelva a reaparecer esa espantosa “peste roja”.

Hay que advertir que el asqueroso gusano en algunas ocasiones suele confundirse con el cirujano que ofrece sus servicios para curar a los enfermos. Uno de los síntomas iniciales del padecimiento de la “peste roja” es la ceguera y el olvido. Al comienzo el paciente se resiste a aceptar la realidad y ve como salvador a su verdugo.

Conclusión de la metáfora.-

Llevamos mucho tiempo explicando el fracaso del populismo y la tragedia que ha significado para nuestro país la aparición de esa perversa cosa  llamada “Socialismo del Siglo XXI” que sin duda es un modelo delictivo que no lo podemos combatir con medidas convencionales.

Se ha intentado y hemos fracasado. Mientras más tiempo pase sin ejecutar lo que sabemos debe ser el remedio, las secuelas serán mucho más graves.

No hay salida convencional porque no es a un mal gobierno al que combatimos sino a una organización criminal que jamás entregará el poder mediante el escrutinio popular ya que, siempre estará condicionado por el fraude, el chantaje o el terror.

La caterva de delincuentes que llegó al poder tiene un objetivo muy claro, que no es precisamente proporcionar o facilitar el bien común sino el de aprovecharse del mismo, realizando sus fechorías amparados por los diversos lupanares que han sustituido a lo que antes eran instituciones públicas.

Para salir del régimen tenemos que ser radicales con las medidas, apartar el qué dirán y también las amenazas. Tenemos que entenderlo de una vez por todas: un patriota que diga ser demócrata no se presta para convalidar los fraudes sino que los enfrenta como sea. Así como lo leen: “como sea”. Hay que decirlo y asumir los riesgos que eso conlleva.

El primer riesgo es el de ser visto como radical, como si eso constituyera una ofensa. En lo particular pienso que calificar a alguien de radical lejos de ser una ofensa es un halago. Lo que sí sería un desprestigio es que alguien tuviera que renunciar a sus principios para no molestar a los que aparentan ser opositores pero no se atreven a decir cuál es la verdadera solución a esta desdicha que atormenta a los venezolanos.

No lo dicen porque no se oponen al sistema o al modelo de régimen, sino que se oponen a quienes están en el poder. Tampoco lo dicen porque les asusta que la tiranía los encarcele o inhabilite. En otros casos, no lo dicen porque están comprometidos con el régimen de tal manera que también se lucran con la calamidad venezolana y prefieren que la barbarie se alargue para continuar con el perverso negocio de enriquecerse con el hambre del pueblo.

Ayuda foránea.-

Uno de los obstáculos a los que nos enfrentamos es de querernos encasillar en la falsa idea o creencia que de esto estamos obligados a salir pero solo los venezolanos, o sea, sin la ayuda de nadie.

¡Vaya insensatez!

Si bien es cierto que la solución debe partir del clamor de los venezolanos, no es menos cierto que por más que lo anhelemos si no contamos con la ayuda foránea será imposible sacar a los malandros del poder. Ellos tienen armas que el pueblo no tiene ni quiere tener.

Los delincuentes defenderán su permanencia “como sea”, si tienen que matar lo harán, como ya hemos visto lo han hecho. Ante ese panorama y estando la inmensa mayoría desarmada y desguarnecida por quienes nacionalmente están obligados a garantizar nuestros derechos, pues no queda otra vía que buscar ayuda internacional. Esa injerencia es justa y necesaria. De lo que se trata es, de liberar a un pueblo secuestrado en su propia nación.

Cuando es imposible llegar a un acuerdo de liberación con los secuestradores, pues entonces hay que asumir riesgos para lograrlo. Esperemos que la comunidad internacional esté decidida a socorrernos. Les confieso que estoy esperanzado con esa posibilidad. Sin ambages ni vergüenza lo digo: saldremos de los delincuentes cuando entendamos que sin la ayuda internacional jamás podremos lograrlo. Para que esa ayuda venga al país estamos obligados a procurarla de pensamiento, palabra y acción.

Como sea

Por último, a las personas que se asustan con el significado de la frase “como sea” les digo con palabras sencillas que en el derecho penal existe el principio jurídico de la legítima defensa, y de acuerdo a él, si la peste roja busca exterminarnos ‘como sea’, quienes somos víctimas de ese exterminio tenemos derecho a responder en consecuencia y proporcionalmente.

“La legítima defensa es un instituto jurídico de carácter universal, y que ha sido reconocido por todas las legislaciones del mundo, a tal punto que el Papa Juan Pablo II, en su encíclica Evangelium Vitae (El Evangelio de la Vida), de 25 de marzo de 1995, la define claramente como El derecho a la vida y la obligación de preservarla” (Wikipedia)

@pabloaure                    




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