El delantero de la selección española Álvaro Morata (i) recibe el saludo de su compañero Jordi Alba (d) durante su sustitución ante Suecia. / Foto EFE

España se ha habituado demasiado al empate, cinco en sus últimos ocho partidos; el mismo resultado con el que se estrenó en la Eurocopa 2020 ante Suecia (0-0), con un equipo imponente el primer tiempo y mucho menos en el segundo.

La selección española no es favorita. Ni siquiera en Sevilla. Le queda mucho por atravesar para ganarse una condición que se merece con victorias, con goles, con argumentos mucho más rotundos, solventes y apreciables de los que propone hoy por hoy España, que juega bien a ratos, que no lo hacen bien en otros, que se estrella en su propia ineficacia ofensiva y que se percibe vulnerable atrás.

Si alguien se hizo acreedor del triunfo fue ella, sin duda, ante Suecia, pero tanto pudo ganar como pudo perder. Si entre Marcos Llorente y el poste no hubieran repelido una oportunidad de Isak. O si Berg, solo para el remate a un metro, no la hubiera pifiado cuando el encuentro ya se movía en una incertidumbre estresante.

Impredecible casi siempre en cada alineación, Luis Enrique fue más previsible que nunca en su once -sin un solo matiz fuera de lo esperado, con dos centrales zurdos, con Unai Simón como portero y con Álvaro Morata como delantero-, pero también en los mecanismos que tanto ha trabajado siempre, de la presión a la posesión o viceversa, tal y como ocurrió en su estreno europeo ante Suecia, con momentos lúcidos, con otros más no tanto. Aún está muy lejos de ser incontestable, ni siquiera tan resolutiva como pretende.

Tan complejas en el fútbol, tan apabullantes para el rival cuando todo funciona como un bloque afinado a la perfección, tan dañinas para uno mismo cuando surge el mínimo desajuste, tales destrezas son señas de identidad en el nuevo ciclo de la selección, en ese filo también de riesgo en el que se mueve un equipo aún por reafirmarse, que se queda en poco en la zona más trascendente: las áreas.

En ese proceso clave que todavía debe redondear para expresarse como una favorita real y principal en un torneo de tanta dimensión, en el que cualquier descuido puede ponerte frente a un aprieto, España transmitió este lunes alguna certeza, pero también dudas, tan recurrentes unas y otras en sus últimos compromisos disputados.

El presente de España necesita más gol. Es una obviedad. No se puede entender de otra forma el empate a cero con el que se fue al descanso y al final, explicado prioritariamente por una acción por encima del resto, en el minuto 37, cuando un error impropio de este nivel, cometido por Danielson, puso a Morata ante el gol, solo, sin más oposición que el portero, al que ni siquiera exigió una parada.

Su tiro se perdió demasiado cruzado, desviado, sin la precisión con la derecha que requería una oportunidad tan visible, sin la determinación de un goleador, ya sea él, Gerard Moreno -suplente- o cualquier otro, que debe ser indispensable para pensar en los retos de altura que se propone España. Sin gol, la misión es imposible.

Después, Morata también fallo otra, menos clara en el comienzo del segundo tiempo, señalado de nuevo por un sector del público, alentado a la vez por otro, mientras España ya no era lo que había sido en el primer acto, a falta de media hora en vilo, sin saber muy bien como desatascar un partido que ya era un jeroglífico para él. A menos de media hora, el atacante se marchó entre pitos mayoritarios. En ese sentido, la entrada de Gerard Moreno en el 74 pareció tardía.

Y al presente de España la falta contundencia defensiva. En el centro. Y en la portería. La elección fue la esperada, Unai Simón. Un espectador casi siempre, surgió atento a la primera exigencia, un centro que prefirió palmear por encima del larguero, por si acaso, pero dudó cuando no debe dudar, cuando la determinación es la mejor virtud del guardameta, cuando Isak -allá por el minuto 42- asustó a la selección, salvada por el lateral Marcos Llorente y el poste.

Aún más alarmante fue la siguiente aproximación sueca, ya por la hora de juego, sobre todo porque Isak hizo todo lo que quiso en el área, entre tres rivales, que más que acecharle lo invitaron a una maniobra que no fue gol porque Markus Berg remató fatal el regalo del 0-1, por el césped o por la ejecución, pero fue un despropósito.

Cierto es que Suecia fue nada más en ataque lo que le dejó España, menos aún al principio, devorada cuando encontró la pelota en alguna ocasión, sin una sola opción de descubrir más horizonte que el medio campo, irrelevante con el balón en ataque o en cualquier sector, era un bloque compactado en su territorio, fiado a una estructura, a un juego de resistencia que desafió a España.

Aunque no le benefició un césped seco y lento, el balón fue casi siempre una propiedad exclusiva de los chicos de Luis Enrique, liderados por Koke. Si España rebusca un líder, ahí tiene uno.

Hace un año, cuando se iba a jugar la Eurocopa, no habría ido. No estaba en los planes de Luis Enrique. Ni tampoco estaba al nivel de siempre en el Atlético. Había desaparecido de las listas de la selección. Nunca desistió el centrocampista, cuya remontada de noviembre a junio ha sido imparable, directo a un papel crucial.

Ahora es un futbolista básico, más titular que nadie -o casi nadie- en el esquema de Luis Enrique. Es el eje sobre el que giró la transición de España, el momento en el que una maniobra, un pase, una entrega, la visión del envío en el instante oportuno, transforman una posesión cansina en una encrucijada para el rival. Empezó fue bien, luego se diluyó a medida que pasó el tiempo.

Porque, a través suyo, España divisó el camino al principio. Por la izquierda, cuando conectó con Jordi Alba; por la derecha, asociado a Marcos Llorente; o por el medio, cuando propuso a Dani Olmo la ocasión del cabezazo del 1-0 que lo negó Olsen, estirado, certero, salvador, con la mano izquierda a un remate que era gol.

Koke estuvo en prácticamente todo lo que entendible como ocasión que inventó la selección española en el primer tiempo entre el entramado defensivo que ideó Suecia. El centrocampista vallecano también remató. Primero con un derechazo dentro del área desviado, después con la llegada que conectó con la zurda alto, a servicio del notable Dani Olmo, que también probó a Olsen antes del parón.

Pero del vestuario salió otra España, previsible, imprecisa, insustancial, sin ocasiones, sin capacidad de remover un empate que no habría sido tal con una pizca más de gol. No lo tiene la selección española. O no lo muestra. Ni siquiera cuando la salida de Gerard Moreno hizo rugir como no lo había hecho en todo el duelo al estadio de La Cartuja. Su cabezazo final lo mereció. En el minuto 89. Lo paró Olsen. Tampoco hubo forma. Un empate para la reflexión.




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