En la montaña no hay prisa. Cada quien sube a su ritmo y aun cuando el cronómetro es importante para quienes usamos ese terreno para entrenar, siempre hay una relación con el tiempo que es distinta para cada quien.
¿Imaginas cómo sería la vida si en nuestra dinámica diaria los ritmos de cada ser vivo se respetaran tal como se respetan en la montaña?
No nos frustraría tanto que alguien acelerara el paso y nos pidiera permiso dejándonos atrás. Tampoco nos costaría tanto detenernos un momento a mirar a nuestro alrededor, cuando el paisaje es tan mágico como para ignorarlo.
Agradeceríamos cada minuto que pasa por poder disfrutar del lugar en el que estamos, por tener salud para vivirlo, por compartir con amigos y hasta por el aprendizaje que nos dejan los momentos difíciles.
Si el tiempo de la vida real fuera como el de la montaña, los cambios llegarían en cada temporada sin tomarnos por sorpresa. El equilibrio tendría mucho más sentido y sería la norma en nuestras decisiones. Las horas pasarían mucho más lento y nuestro crecimiento sería totalmente imperceptible.
La prisa no existe fuera de nuestras mentes. La naturaleza no está apurada por llegar de primera ni preocupada por ser la última. Cada quien tiene sus ritmos y todos son importantes. ¡Cuánta sabiduría en la madre tierra!
Vivamos un poco más acorde a nuestra biología y menos pendientes de las matemáticas del tiempo. Quizás en aquel cuento infantil, cuando la tortuga le ganó a la liebre, simplemente fue la naturaleza mostrándonos en su lenguaje, el verdadero significado del tiempo.