Debido al alto número de correos recibidos la semana pasada por el escrito publicado, hoy se complementa con este escrito: “La psicopatología del poder”, tendente a reafirmar las ideas y conceptos de esta enfermedad que sufre un alto porcentaje de quienes ejercen la función de lideranza, no solamente en la administración pública y/o privada; sino también en todo tipo de organización incluyendo la familia, grupos deportivos, religiosos, tecnológicos, etc.

En 2008, el político y médico británico David Owen publicó el libro “En el poder y en la enfermedad”. Un año más tarde, en la revista Brain, Owen estableció los elementos psiquiátricos del síndrome de Hubris. Como fue mencionado la semana pasada, la palabra ‘hubris’ proviene del griego ‘hybris’ (desmesura), en referencia a las acciones crueles, vergonzosas y humillantes que los poderosos cometían por mero placer, volviéndoles rígidos, egocéntricos, prepotentes y en el fondo irracionales. En la mitología griega, la diosa Némesis castigaba la desmesura: los hombres, debido a su condición humana, no podían ser excesivamente afortunados ni debían trastocar con sus actos —ya fueran buenos o malos— el equilibrio universal.

El síndrome de Hubris es típico de quienes llegan a ostentar el poder en el campo político, militar, religioso, empresarial, deportivo o en otros entes con autoridad sobre grupos de personas, y lo padecen casi todos los que han adquirido mucho poder sin estar dotados de la necesaria autocrítica ni de las condiciones para manejarlo, y si se consigue en poco tiempo, peor. Actualmente, en el ámbito político se observa que el grupo gobernante está buscando ganar tiempo: ¿casualidad o es que sabe de esta realidad y anda a su caza aprovecharse de ella?: no se debe desatender las señales que se emiten y que se perciben. “Una persona intoxicada por el poder puede tener efectos devastadores, porque no siempre el poder está en manos del más capaz. Pero quien lo ostenta cree -convencidamente- que sí, que de él se esperan grandes hechos, y cree -engañadamente- saberlo todo y en todas las circunstancias. (Pregúntenle al difunto y a su sucesor).

Al explicar el síndrome de Hubris, Owen afirma que los políticos y las personas que ostentan poder desarrollan un comportamiento irresponsable próximo a la inestabilidad mental, a la grandiosidad y al narcisismo. Bertrand Russell aseguraba que cuando el elemento necesario de humildad no está presente en una persona poderosa, ésta se encamina hacia «la embriaguez del poder». Para Franklin Roosevelt, «el poder es peligroso, enlentece la percepción, nubla la visión, aprisiona a su víctima, por muy bien intencionada que sea, y la aísla en un aura de infalibilidad intelectual contraria a los principios democráticos».

El psiquiatra español Manuel Franco hace semblanza de lo que en ese país se denomina ‘“síndrome de la Moncloa”’ (El Palacio de la Moncloa es una histórica casa palaciega situada en el noroeste de Madrid, construida en el siglo XVII, que desde 1977 acoge la sede de la Presidencia del Gobierno de España y es la residencia oficial del Presidente del Gobierno y su familia), que consiste en un auténtico trastorno delirante crónico o paranoia, en el que la persona trata de aislarse cada vez más de su entorno, reduce su mundo a las personas que le dan la razón y todo error o problema lo atribuye a causas externas. (Aquí en Venezuela, desde hace 18 años, todo es culpa del Imperio y a lo psicopatológico que muestran quienes ostentan varias ramas del poder político se le podría denominar “síndrome de la Miraflores”).

En algunos casos extremos, la inducción de la psicosis puede alcanzar a la casi totalidad de una sociedad, como sucede en el liderazgo totalitario. Si se perpetúa en forma de dictadura (como la oclocrática establecida en Venezuela), puede llevar, en su locura compartida por miles o millones de personas, a la ruina de un país (Por este camino este socialismo del SXXI ha llevado a Venezuela).

Desde un punto de vista psicopatológico, la génesis de esta sinrazón se inicia en un contexto favorecedor y reforzador en el que la persona recibe tanto estímulo positivo y reconocimiento, que le lleva a un crecimiento de la autoestima tan grande que le conduce a una situación próxima a la megalomanía.

Comienza a tener un concepto de sí mismo mucho más elevado del real y se siente el más inteligente, el más atractivo, el más ingenioso, incluso cerca de Dios. Es una situación de éxtasis y placer que supera incluso a cualquier droga. (Así se creía el difunto).

Owen propone una mezcla de personalidad narcisista, histriónica y antisocial para diagnosticar a una persona poderosa con el síndrome de Hubris. Usa el poder para autoglorificarse y se preocupa exageradamente por la imagen (lujos y excentricidades). Se rodea de mediocres. Adopta posturas mesiánicas con tendencia a la exaltación, se autoidentifica con el país o la nación hablando en tercera persona (usando la forma regia de «nosotros), demuestra autoconfianza excesiva y un manifiesto desprecio por los demás con un enfoque personal exagerado, tendente a la omnipotencia, creyendo que, antes de rendir cuentas a la sociedad, debe responder ante la Historia o ante Dios (y llega a aseverar que será siempre absuelto).

Con su comportamiento, el hubrístico pierde contacto con la realidad, con un aislamiento paulatino, imprudente e impulsivo, tendente a privilegiar su «amplia visión» sin contemplar los costes y los resultados de sus decisiones, incluso desafiando la ley, cambiando constituciones o manipulando los poderes del Estado. (En Venezuela los poderes de Estado están secuestrados por el régimen).

Los dictadores son más propensos al Hubris: Stalin, Mao, Pol Pot, Amin, Mugabe, Mussolini, Hitler, Franco, Khrushchev, Milosevic, Saddam Hussein, Chávez, Castro. Pero también fueron hubrísticos Nixon y Thatcher. Más recientemente, Bush, Blair, Aznar o Cristina Fernández. Muchos Papas también lo fueron, hasta la llegada del Papa Francisco (eminente antihubris). En el deporte, Mourinho puede ser un buen ejemplo.

Con respecto al tratamiento del Hubris, basta con que la persona pierda el poder para que se «cure»; en otros casos, el hubrístico trata de mantener el poder de forma indefinida para alimentar su trastorno. (Ésa es la idea que madura esta dictadura). La única manera en la que el poderoso puede luchar contra el Hubris es el ejercicio consciente y metódico de la humildad. (Muy difícil de aplicar en el caso de la Venezuela actual).

Los médicos nunca curan el Hubris, sólo lo curará una constante vigilancia para prevenir el abuso de poder y una sociedad democrática bien informada. Porque el varapalo de las urnas, la pérdida del mando o de la popularidad, en definitiva, a veces sume al afectado por el Hubris en la siguiente fase: desolación, disimulada con rabia y rencor en algunos casos.

Las personas que no sucumben al Hubris son aquéllas que mantienen su modo de vida previo a ostentar el poder, las que aceptan opiniones, las que ejercen autocrítica, las que consultan cuidadosamente todas sus decisiones y admiten supervisarlas y vigilarlas democrática e institucionalmente, sin miedo. ¿Conoce usted a alguien enfermo de Sindrome de Hubris?

En muchos estratos de los contextos venezolanos –públicos, privados y sociales– actuales hay un significativo número que “líderes” que padecen de esta enfermedad: la última e inequívoca demostración del Hubris gubernamental es la interrupción de la difusión de la señal televisiva de CNN en español (una decisión miope, pues no ve la realidad actual condicionada por la existencia de las tecnologías de la información y la comunicación: basta tener a la mano un teléfono inteligente, una tablet o una computadora personal con acceso a la internet para seguir recibiendo tal televisora. Entonces, ¿se midieron todos las variables en juego o procedieron impulsivamente? Pareciera que en su embriaguez de poder no se consideró este hecho o es porque están en el tiempo jurásico: el segundo de la era mesozoica o secundaria y que se va desde hace unos 195 millones de años hasta hace unos 136 millones de años, cuando no existía tal tecnología).

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