La percepción es creciente: no se atisba qué pueda pasar en un plazo cercano, no digamos que lejano, en el conjunto del mundo, sin excluir, claro está a nuestro menguado país.

La debilidad manifiesta de Biden es un factor de incertidumbre, como el que más. Lo más parecido a un precario orden mundial, puede venirse abajo si la Casa Blanca va a la deriva. No se trata de un tema ideológico sino de poder global.

La pandemia tiene futuro, y sus consecuencias en términos de convivencia social y de relaciones de trabajo, lucen, hasta ahora, ominosas. La tecnología es un formidable instrumento de progreso, pero también puede serlo de destrucción.

Todo está cambiando de manera muy acelerada, pero no sabemos la dirección del cambio. Hay que tener esperanza de que los cambios, en general, serán para bien. Pero certezas no hay.

En nuestro menguado país lo que hay es un deterioro profundo y extenso. Mientras la hegemonía despótica y depredadora siga donde está, así será. Pero eso puede cambiar de manera efectiva. Las condiciones de catástrofe social y económica lo indican. Falta la conducción política que alcance el ansiado cambio.

La incertidumbre es soberana. Campea sobre las tendencias y predicciones. Esperemos y luchemos para que en Venezuela prevalezca una certidumbre soberana: la democracia social, renovada y capaz de dignificar a la nación.




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