Medidas tomadas por Covid-19 no supondrán ventaja para la puesta de huevos anual del tinglar (Foto Cortesía)

El tinglar, la tortuga marina más grande del mundo, llega cada año entre los meses de marzo y agosto a Puerto Rico, en cuyas playas las hembras depositan sus huevos, pero este año la isla fue golpeada por la pandemia del COVID-19, una crisis que puede perjudicar a esta especie en peligro de extinción.

El COVID-19, que en la isla condujo a un toque de queda y un estricto confinamiento de la población desde hace más de un mes, no supondrá una ventaja para la puesta de huevos anual del tinglar, como pudiera pensarse por una mayor relajación para la especie en las ahora desiertas de gente costas de la isla, según dijo a Efe el coordinador del Programa de Tortugas Marinas del Departamento de Recursos Naturales (DRNA), Carlos Díez.

El toque de queda implica menos vigilantes en las playas

El funcionario explicó que el toque de queda impuesto a la ciudadanía desde mediados de marzo para contener la expansión del COVID-19 lleva aparejada una reducción significativa del número de vigilantes del DRNA que patrullan las playas, cuya labor es fundamental en la ayuda a las hembras de tinglar que llegan a la costa de la isla caribeña.

Las hembras que arriban estos días a las playas de Puerto Rico, nacieron en estas costas y  años después, por instinto, llegan al mismo punto desde donde por primera vez vieron la luz. Y puede que en este año, incluso, tengan las cosas un poco más complicadas, debido a una reducción de vigilantes en las playas que les perjudica.

Los tinglares pueden poner huevos varias veces durante una misma temporada y, por lo general, una vez construido el nido, demora hasta 60 días que las crías eclosionen, dependiendo de la temperatura del sol.

El hueco del nido de un tinglar puede ser de hasta tres pies (un metro) de profundidad y puede albergar hasta 100 huevos.

Recomiendan mantener las playas a oscuras

El DRNA recomienda mantener las playas oscuras, ya que la luz artificial desorienta a las tortugas marinas, respetar las áreas marcadas como nidos, no hacer fogatas, no cortar la vegetación ni destruir dunas, no tirar basura ni usar vehículos de motor.

El funcionario explicó que las órdenes ejecutivas de la gobernadora, Wanda Vázquez, para confinar a las personas en sus casas por el coronavirus van acompañadas de otra normativa que limita la presencia de vigilantes -con el objetivo de evitar el contacto entre funcionarios- en las playas, ahora en manos de cazadores, personas sin escrúpulos o, en general, público que con su presencia no ayuda a que estas grandes tortugas aniden.

Las amenazas para el tinglar siguen ahí, subrayó Díez, que hizo hincapié en que las órdenes ejecutivas de la gobernadora para combatir el COVID-19 mediante la restricción de movilidad de la población han provocado una reducción de la presencia de los funcionarios del DRNA en las playas.

No necesariamente se beneficiarán las tortugas, destacó Vázquez sobre el confinamiento, tras explicar que los vigilantes del DRNA juegan en esta época del año un papel crucial al ayudar a las tortugas, tanto en dirigir a la hembras confundidas por la contaminación lumínica en las costas como en reubicar nidos en el caso de situarse demasiado cerca del mar, con el riesgo de ser arrastrados por las olas.

La contaminación lumínica confunde a las tortugas

La contaminación lumínica confunde a las tortugas, que desorientadas se adentran a veces en zonas habitadas, donde quedan varadas y mueren, lo cual tratan de evitar los vigilantes del DRNA, ahora mermados en número.

Con las normativas que prevén un distanciamiento personal los efectivos en las playas son menores que otros años, subrayó Díez, tras apuntar que todos los esfuerzos son poco para ayudar a una especie en peligro de extinción.

El impacto del COVID-19 será más negativo, porque limita el personal del DRNA que puede estar en las playas ‘monitoreando’, sostuvo el funcionario, que indicó que en lo que va de temporada se han registrado un total de 200 nidos del tinglar en las costas de Puerto Rico.

Díez explicó que las hembras de tinglar llegarán a Puerto Rico hasta el próximo mes de agosto para depositar sus nidos, en los que de media se encuentran 80 huevos de esta gran tortuga marina.

Los tradicionales recorridos nocturnos de los vigilantes del DRNA, que solían estar acompañados por estudiantes para familiarizarse con el proceso reproductivo del tinglar, no podrán repetirse este años en las playas de Puerto Rico, donde hasta el momento el coronavirus ha dejado ya más de sesenta de fallecidos y una cifra que supera el millar de contagiados.

Los grupos de voluntarios ayudan a las tortugas

Recordó que durante los últimos años los grupos de voluntarios se han encargado de ayudar a las tortugas, tanto orientándolas cuando quedan perdidas por la contaminación lumínica de las viviendas como en el momento de la eclosión de los huevos, cuando se ayudan a las pequeñas tortugas a alcanzar el mar.

Los grupos «tortugueros» que participan con el DRNA para ayudar a esta especie incluye a organizaciones como Yo Amo al Tinglar, Chelonia, Tortugueros de Culebra, 7 Quillas, Playas pal Pueblo, Arrecifes Prociudad y Coalición del Corredor del Noreste.

Otras organizaciones que apoyan la causa son ATMAR, Vida Marina, Tortugueros del Sur y Culebra Sea Turtle Project.

Especie en peligro de extinción

Los tinglares son una especie en peligro de extinción protegida por leyes federales estadounidenses, puertorriqueñas y también por tratados internacionales.

Dijo Díaz que hasta el final de la temporada reproductiva se podrían registrar cerca de mil nidos en Puerto Rico, bajo la amenaza de la contaminación lumínica y basura, a lo que se suma este año, por causa del COVID-19, menos vigilantes del DRNA y más perros sueltos vagabundeando por las playas que amenazan a las tortugas.

Esta gran tortuga prefiere para anidar el norte y la costa este de Puerto Rico, en especial las playas de Maunabo, Dorado y Luquillo o Fajardo, por ser áreas con fuerte oleaje y mareas más potentes que ayudan a este enorme animal a entrar y salir de las playas.

El tinglar es la tortuga marina más grande del mundo, con ejemplares que puede alcanzar de 6 (1,8 metros) a 8 pies (2,4 metros) de largo con un peso mayor de mil 300 libras (590 kilogramos).

El tinglar, que a diferencia de otras tortugas tienen un caparazón blando, se incluye en la lista de las diez especies más amenazadas del planeta, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).

Las tortugas se alimentan de medusas y debido a que sus presas son transparentes confunden a veces a estas con bolsas plásticas, lo que en ocasiones provoca sus muertes.




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