La unidad puede servir para muchas cosas. Se puede usar, por ejemplo, para multiplicar la fuerza de grupo y levantar un carro entre 20 personas. También para jugar en equipo, para enfrentar a un enemigo común o para convertirse en un blanco más grande y más fácil de destruir. La unidad no es buena ni mala, como tampoco es necesariamente un fin digno de perseguir ni una estrategia ganadora. De hecho, puede ser un estorbo en determinadas circunstancias.

La unidad puede manifestarse de muchas maneras. Puede ser un pacto de sangre del tipo todos para uno y uno para todos, o sencillamente una serie de coincidencias sobre determinados temas que no comprometa la independencia de criterio de los unitarios. Al final, la unidad termina siendo un concepto medio resbaloso. Como la igualdad.

El premio Nobel de economía Amartya Sen, argumentando en torno a la igualdad, formula preguntas del tipo ¿igualdad de qué? ¿Económica? ¿Racial, de género, política? ¿Igualdad de oportunidades?, para luego responder que todas las igualdades no pueden darse a la vez, porque la adopción de una impacta la pretensión de tener las demás: la imposición de la igualdad económica tiende a derivar hacia la represión política, mientras que la igualdad de oportunidades termina por afectar la igualdad económica, pues personas con diferentes capacidades terminan obteniendo resultados distintos.

En Venezuela, la afiliación dominante en el imaginario colectivo siempre le ha dado un peso excesivo a la igualdad y a la unidad. El colectivismo tribal criollo castiga al que se destaca y tiene éxito –por individualista y porque se le percibe como poco igualitario- e invoca a la unidad como un valor superior, sin analizar su utilidad ni preguntarse ¿unidad de qué? ¿De pensamiento, de propósito? ¿Unidad temporal, permanente? O el inevitable ¿unidad para qué?

El régimen chavista ha sabido sacarle partido al fetichismo unitario que comparte la mayoría de la población. Por una parte, alardea de una cohesión monolítica (que es obligada, dada la naturaleza cómplice de los que manejan los hilos de la dictadura); y por la otra, le clava banderillas a la oposición para atomizarla y hacerle creer que no está unida y por tanto no tiene cómo pelear contra un adversario que carece de fisuras. La oposición se fija entonces una utopía unitaria que está por encima del que debería ser su objetivo primario –salir del chavismo- y termine perdiendo tiempo y energía dando vueltas alrededor de una carnada que está llena de anzuelos.

Hace tiempo que la competencia y la selección de los mejores debería ser la clave del juego político venezolano, por encima del parejerismo y del vamos todos juntos a retratarnos en grupo. Pero no ha sido así. Y siguen las vueltas.




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