Se observa, con escepticismo, que la diversidad de opiniones y los enfrentamientos por el posicionamiento político, quizás, perturban la unidad política necesaria para salir de la crisis que vive el país. La “Mesa de Diálogo” corre con la peor suerte, aparte de los deseos del régimen de patearla, las disquisiciones públicas producen un estado de incertidumbre social de cierta gravedad.

Contra los esfuerzos unitarios que realizan las fuerzas políticas y sociales, tanto nacionales como regionales, se mezclan las mezquindades personales, la pelea provinciana por la parcela política particular y las ambiciones de quienes se creen líderes irrefutables.

Debemos entender que la alegría, la confianza y la seguridad del pueblo venezolano, lograda en 40 años de imperfecta democracia, se trastocó en tristeza cuando, desde hace 18 largos y oscuros años, nos convirtieron en conejillos de indias del experimento político más inhumano de toda nuestra historia: el “Chavismo” y hoy su nefasta narco herencia.   Así, la crisis, en toda su dimensión, se agrava cada día más, lo cual se acompaña, de alguna manera, con las manifestaciones hostiles del régimen que tensan el ambiente y nos convoca a todos a una seria reflexión política. El discurso presidencial, plagado de hostilidad y vejamen a la ciudadanía es el principal motor de la crisis del diálogo.

Debemos entender que en Venezuela se ha implantado una dictadura que abiertamente, en lo interno, se utiliza como una guerra preventiva contra la voluntad popular, es la muestra de la aplicación de un modelo dictatorial sanguinario para enfrentar la disidencia con la consabida violación de los derechos humanos que esas acciones comportan.  El imperio de la hegemonía, la corrupción, el recurso arbitrario de la represión a las masas, la violación a los derechos electorales y la ejecución de los enemigos políticos, constituyen los fundamentos esenciales del régimen como secta y, el papel objetivo de las sectas, consiste en falsificar la historia, ocultar la realidad, desviar la atención de los verdaderos problemas, sabotear la reflexión del pensamiento libre, bloquear la formulación de tácticas de lucha adecuadas e impedir el rearme crítico-teórico de la disidencia, la secta es la madre de la hostilidad. Contra la secta, los sentimientos democráticos han de poner por encima de toda la capacidad de asociación, el fortalecimiento de la voluntad de acción y el desarrollo de la conciencia crítica, dejando fuera los intereses mezquinos y radicales.

La unidad política no debe ser el resultado de una supuesta voluntad colectiva, sino el presupuesto histórico  de nuestra existencia ciudadana, razón por la cual  la unidad nacional y regional debe ser lícitamente invocada como principio válido de las acciones políticas que gocen de la aceptación general, pero, lamentablemente, hay tantas concepciones particulares y egoístas en la  política, que algunos pocos, creyéndose portadores de la verdad universal, no son más radicales  que totalitarios. En definitiva, la unidad no es el resultado de una voluntad impositiva, sino el compromiso histórico que nos convoca y obliga por Venezuela.

Ante la crisis irreversible del país, se abre camino la conciencia de la necesidad de un nuevo concepto de unidad política, no ideológica que, en consecuencia, no tienda al personalismo; lo que solo es posible si la unidad se concibe como modo de lograr la identificación cierta de los ciudadanos sobre la necesidad imperiosa de un cambio político.  La situación actual nos llama a deponer las parcialidades egoístas y los intereses particulares para establecer un consenso que goce de aquiescencia colectiva, esto se puede lograr siempre y cuando se utilicen los valores morales de la dirigencia política, como instrumento de convicción del entorno socio-político y convertir ese posicionamiento en fuente de convocatoria con credibilidad para lograr una yunta que nos garantice el cambio. Henry Ford dijo: “Llegar juntos es el principio; mantenernos juntos es el progreso; trabajar juntos es el éxito.” Todo lo contrario, es el fracaso. La unidad política está en peligro.




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