Casas de barro. (Fotos Dayrí Blanco.

La pobreza es su sello de presentación. Es evidente desde que se dan los primeros pasos en el interior de la comunidad 24 de Junio, entre el barro del piso que se funde con el de las paredes de las casas que están construyendo para sustituir a los ranchos de cartón y zinc.

La dinámica en el lugar es siempre la misma. Con la música de fondo que sale de las cornetas de alguna de las viviendas, hay quienes desde muy temprano comienzan a mezclar la tierra que extraen del suelo, con agua y hojas de los árboles. Con eso compactan rectángulos que les sirve de bloques al pasar algunos días y estar secos.

Así lo ha hecho Olga Carli. Ella decidió seguir los pasos de su vecino para cambiar las paredes de la casa en la que vive desde mayo de 2020 cuando regresó de Colombia con sus tres nietos luego de haber quedado huérfanos.

“Yo me vine derrotada, sin nada. Nos desalojaron de donde vivíamos por la pandemia y mi hermano me prestó un rancho aquí”. Hay días en los que hace 10, 20 o 30 bloques. Otros en los que le pone más empeño y llega a 100.

El problema de la lluvia con el barro

La temporada de lluvia ha atrasado los planes de quienes habitan en este sector de Valles de Mirandita, en la parroquia Miguel Peña de Valencia. Aunque han aplicado técnicas para la construcción, al colocar los bloques de diferentes maneras, a estar el piso de barro mojado, hace que las estructuras vayan cediendo.

Es por eso que necesitan cemento y cabillas para reforzar las bases y hacerles columnas. “Pero no tenemos para comprar eso, por eso las hacemos así, es una manera de eliminar este rancherío en medio de tanta crisis económica que padecemos”, expresó Luis Carli, quien es uno de los vecinos que colabora en las construcciones.

Ya son más de 20 casas las que se están levantando con esta modalidad. Pero la mayoría no tiene techo ni ventanas. “Le pedimos a gobernador y al acalde que vengan, que nosotros somos parte de ese Miguel Peña que tanto nombran y somos muy vulnerables”.

Precariedades más allá del barro

Cambiar las casas de zinc y cartón por unas de barro que no se caigan no es el único problema que enfrentan los habitantes de 24 de Junio. Las precariedades sobran y muchos no tienen para comer.

A ellos les llega los productos del CLAP cada 29 días, pero son unos cuantos kilos de arroz, frijoles y pasta que no es suficiente hasta la próxima entrega y que no cumple con los criterios nutricionales básicos.

Olga, con tres menores a cargo tras la muerte de su padre en Colombia, donde sufrió un infarto, se ha dedicado a sembrar en el patio de su casa, gran parte de lo que comen.

“Tengo matas de plátano, tomate, cebolla, legumbres, parchita, mango, guanábana, aguacate, maíz y todo lo que se pueda. Con eso es que logramos alimentarnos”.




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