Las representaciones hegemónicas de la cultura pretendieron universalizar categorías sociales en detrimento de los particularismos propios de algunas sociedades. En este sentido, desde Europa, aplicando la metáfora que asocia la noción de cultura al cultivo de la tierra, se comenzó a hablar hasta mediados del siglo XVIII del “cultivo del espíritu”, de la idea de progreso asociada a la instrucción, a la razón, de lo socialmente aceptable por las elites, por los “civilizados”. Estos planteamientos sirvieron de telón a grandes clasificaciones de índole racial, étnica, religiosa y sexual, originando estigmas hacia esos “distintos” que no encajaban en el ideal normativo de los poderosos.

En este sentido, bajo doctrinas racialistas que justificaron la división de la especie humana en razas, se pretendió imponer científicamente a la gente blanca como física y moralmente superior, por lo que se exhortaba a no mezclarse, a mantener la distancia e impedir los cruces, la fecundación. Estas preposiciones estuvieron vigentes hasta mediados del siglo pasado y, aún se mantienen sedimentos de estas atrocidades en la mayor parte del mundo.

Crímenes recientes como los de George Floyd en los Estados Unidos, demuestran que aun se mantienen conductas segregacionistas que resultan peligrosas para la sana convivencia, incluso en los países latinoamericanos, en donde la paleta de colores actúa en algunos casos, como un determinante para la socialización. No es raro escuchar en la propia Venezuela, frases como “negro de mierda”, o “casarse con blanco para mejorar la raza”, esta última frase que, aunque parece ingenua, tiene una carga simbólica bastante fuerte.

No solo han sido los afrodescendientes parte de estas anomalías contemporáneas. La población indígena, aunque originaria de nuestra América, sigue siendo objeto de humillaciones, vejaciones, negaciones e invisibilizaciones. El propio presidente argentino Alberto Fernández, manifestó la semana pasada: “los mexicanos vienen de los indios, los brasileros de la selva, los argentinos, de los barcos”, haciendo referencia a la migración europea que llegó a finales de 1800. Obviamente que representantes de pueblos originarios elevaron su voz de protesta y el mandatario tuvo que ofrecer disculpas, en un país que desde hace mucho tiempo trató de erradicar a los nativos por eso de “blanquear” la nación.

Caso alarmante y también reciente está relacionado al llamado “Orfanato del horror” en Canadá. Allí, se sometieron a miles de niños indígenas desde finales del siglo XIX hasta la década de 1970, para que asumieran la fe católica, una nueva lengua y dejaran atrás su cultura, la puesta en práctica del proyecto civilizatorio europeo. Es decir, los anómalos debían ser domesticados. Esto no fue todo, hace apenas unas semanas se encontraron los restos de 215 niños en terrenos dela extintainstitución, muertes que no fueron documentadas, de las cuales nada se sabe, infantes cuyo paso por esta vida pretendieron borrar. A la fecha, la iglesia no se ha pronunciado, el silencio es absoluto.

En lo religioso ocurre algo similar. Las narrativas nacionales en los países latinoamericanos, con gran influencia católica, también han procurado disminuir la presencia de otros credos. Quien no encaje en el paradigma hegemónico, es considerado un “salvaje”, que no merece la voluntad de Dios, carga estigmática que se afianza en especial para creencias más populares u otras vinculadas a la santería o el espiritismo, anomalías de las más representativas en la región. En Venezuela, por ejemplo, en la década de 1960 se perseguían a los médiums del culto a María Lionza y se les aplicaba la Ley de Vagos y Maleantes.

Cuando pasamos al imaginario familiar y sexual, las anomalías y el señalamiento se hacen más visibles, pues la heteronorma tiene una impronta significativa en nuestras sociedades patriarcales y excesivamente machistas. Hasta no hace mucho, la homosexualidad era considerada una patología por las asociaciones de psicólogos y psiquiatras. Además, estuvieron de moda “terapias de reconversión”, aplicadas hasta por iglesias evangélicas que “expulsaban al demonio” del cuerpo del maricón. Por suerte, ha habido avances en la materia, algunos países han comenzado a cambiar sus legislaciones y años de lucha se han visto materializados en la aprobación del matrimonio igualitario, por ejemplo.

Por características fenotípicas, étnicas, religiosas y sexuales, las elites durante años mantuvieron un pacto social que está cambiando de a poco. La diversidad es un hecho y las otroraanomalías se hacen visibles en el espacio público, mantienennegociaciones y luchas de poder por reafirmar convicciones y transformar realidades. En Venezuela tenemos una gran deuda con esas minorías que durante años hemos dicho aceptar, apoyar, pero cuando vamos a la realidad, privan los conservadurismos y una mirada desconfiada contra esos “outsiders” que tienen los mismos derechos que el resto de la población.




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