Al chavismo hay que tomarlo en serio. O no, dependiendo del tema. La calamidad que sufre Venezuela es muy seria. El hambre, las penurias, la delincuencia y la pérdida de los valores más elementales de civilidad son parte de una tragedia real que sufre el país. Una tragedia que no tiene precedentes; que ha resultado en cientos de miles de muertos por violencia o por mengua y en millones de refugiados que salen a buscar comida y refugio donde sea. Esa violencia oficial hay que denunciarla, combatirla con las armas que se tengan a la mano y registrarla para que quede escrita en los libros de historia. Pero hay otras facetas de la dictadura que no merecen ni la descarga de una neurona, por la inutilidad del esfuerzo y por aquello de que en zamuros no se gasta pólvora.

Por ejemplo, ahí anda ese movimiento que se ha dado en llamar chavismo originario denunciando el texto de la constitución que redacta la asamblea constituyente (un órgano que no se merece ni las mayúsculas en el nombre) porque se intenta imponer el Estado comunal o privatizar la industria petrolera o crear la figura del emperador de la patria. Como si esa misma gente no hubiese defendido al rey sin corona que fue su comandante, o como si el régimen necesitara de  leyes para hacer lo que le venga en gana.

De otro lado, se siguen publicando densos y elaborados análisis críticos sobre lo que se quiere llamar programa económico del gobierno –el de los petros, los bolívares soberanos, la reestructuración de PDVSA y las exportaciones a China- dándole una categoría que no tiene y una seriedad de la que carece. El contenido de los planes económicos anunciados hace unas semanas no es nada; apenas unas multiplicaciones y divisiones y una carga de objetivos incumplibles. Argumentar que el programa económico de Maduro va a fracasar es, por una parte, una perogrullada, y por la otra, un ejercicio de inutilidad digno de mejor causa.

Al final, están los analistas –la gran mayoría opositores- que le hacen recomendaciones al régimen: los que le piden que equilibre las cuentas fiscales o que dolarice la economía, o que destituya al funcionario mengano porque no hace su trabajo. En síntesis, los que asumen que existe alguna utilidad en aconsejar a una gente que no ha sabido ni sabe arreglar los graves problemas del país ni le interesa ni piensa en los muertos ni en la pobreza porque está en modo supervivencia.

Es cierto que cada quien critica y aconseja y analiza lo que mejor le parece, pero preocupa la dispersión de los recursos y la falta de comprensión sobre la naturaleza feroz y despiadada de la dictadura venezolana. El que se dedica a evaluar el impacto de una nueva constitución o propone cambios de política al ministro de turno o al cogollo gobernante está dedicándole materia gris a un espantajo. Desviando el foco. Haciéndole el juego a los malos.




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