La Saliva es un fluído vital para el mantenimiento de la salud bucal. Es producida por glándulas salivales mayores y menores, denominadas así  de acuerdo a su tamaño y estructura.

Las mayores corresponden a tres pares: Parótidas, Submandibulares y Sublinguales, ubicadas de forma estratégica para verter su contenido a través de conductos que desembocan en la cara interna de las mejillas y en el piso de la boca, encargadas de producir el mayor volumen de este líquido sobre todo en el momento de la masticación. Las menores corresponden a lobulillos dispersos en las mucosas de los labios, mejillas, paladar y lengua proveyendo una cantidad constante para la lubricación y lavado de los tejidos bucales.

No es casualidad que durante la ingesta de alimentos se produzca la mayor cantidad de ella, ya que interviene en: la producción de enzimas (amilasa) que inician la digestión de los carbohidratos; formación del bolo alimenticio que viajará a través del tracto digestivo para ser  degradado a nutrientes esenciales y desechos. Igualmente participa en la dilución de las partículas necesarias para percibir el sabor de los alimentos.

La saliva también participa en la protección de los tejidos bucales, porque posee proteínas especiales que se encargan de cubrir las mucosas , evitando de esta forma que sean laceradas con alimentos o durante la fonación y masticación. Interviene en el mantenimiento del pH bucal por medio de sistemas eficaces como bicarbonato y fosfatos, para lograr restablecerlo posterior a la ingesta de alimentos muy ácidos o posterior a patologías digestivas como vómitos o reflujos, evitando así el daño a la integridad de los dientes o mucosas.

Su producción se puede ver influenciada por procesos fisiológicos con variaciones a las distintas horas del día, disminuir en momentos de estrés, estados de deshidratación, por efecto de medicamentos y en casos más delicados estar causados por enfermedades propias de las glándulas salivales sean neoplásicas, obstructivas (cálculos), mediadas inmunológicamente o debida a alteraciones neurológicas que afecten su función.

La disminución produce disconfort al hablar, masticar, dificultad en percibir sabores, heridas frecuentes en las mucosas, alteraciones en la integridad dentaria e inclusive infecciones por hongos en la cavidad bucal. Ante cualquiera de estos síntomas es recomendable acudir al Odontólogo quien realizará pruebas para determinar el grado de disminución así como también ubicar las causas que lo estén provocando.

 




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