La literatura acompaña los momentos históricos. Más que una opinión, creo que se trata de un hecho; algo de lo que uno no debe intentar escapar cuando pasa tanto tiempo luchando contra la adversidad y contra las desgracias colectivas que se hacen sentir con fuerza en la experiencia individual.
Precisamente, casi con total seguridad, estas jornadas pasarán a la historia. Así, en seco. Me abstengo de asignar adjetivos por razones evidentes, que son fáciles de olvidar si no se está dentro de las fronteras de este maravilloso país.
Y es que en una situación como la actual, en la que no sabemos si todo está perdido, en la que sentimos el desamparo de un universo que se muestra insensible, es cuando más debemos recurrir a esa compañía de las letras, que transitan la realidad junto a nosotros, en silencio, mientras incuban en secreto los libros del mañana.
Sobre todo, es necesario leer: así se pueden recibir lecciones de otras personas que han atravesado épocas similares y que han aprovechado el momento para descubrir su lado más humano.
Leer también es una forma de blindarse con gruesas capas de razón y pensamiento crítico, capaces de resistir las puñaladas de la retórica discursiva y de los lugares comunes —provenientes de cualquier sitio—, tan abundantes hoy en día, especialmente en redes sociales.
Sí, leyendo se mantiene la cordura, se puede hacer un recorrido introspectivo en medio de la tormenta y se preserva el patrimonio interno, que es lo único que tiene un valor verdadero. Leer es vivir todas las vidas; la propia, la del vecino, e incluso la del que está del otro lado de la acera, para comprender cuáles pudieron haber sido las circunstancias que lo llevaron hasta donde se encuentra actualmente.
En fin, no deseo extenderme mucho, creo que el momento no lo amerita.