Sebin
(Foto cortesía).

El fundador de la ONG Operación Libertad, Lorent Saleh, invitó a la población a orar para vencer el miedo.

«En Venezuela vivimos en estado de miedo y angustia, un miedo crónico y generalizado que obedece a la represión y a la violencia ejercida y sostenida contra la sociedad civil durante ya un largo tiempo. El miedo y la angustia son elementos esenciales para la dominación y el sometimiento de una sociedad. Nuestro reto es vencer este estado de cosas y abrir paso a nuevas alternativas que den oxígeno y paz a nuestra realidad nacional».

Manifestó que tras haber pasado más de dos años en aislamiento y condiciones hostiles los calabozos de «La Tumba» (sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) en Plaza Venezuela). Agregó que él y Gabriel Valles están en proceso de recuperación desde las celdas de El Helicoide (sede del Sebin) sin que el Ministerio Público (MP) haya presentado pruebas contra ellos.

A continuación el mensaje:

Luego de haber estado por más de dos años bajo condiciones hostiles y un severo aislamiento en los calabozos de “La Tumba”, Lorent Saleh y Gabriel Valles intentan recuperarse, ahora desde las celdas del Helicoide, y pese a seguir detenidos sin que en dos años y seis meses el Ministerio Público haya presentado pruebas contra ellos. Llevan el asombroso récord de 34 audiencias preliminares diferidas, una audiencia que debió hacerse a los 45 días de la detención, el pasado 4 de septiembre de 2014.

En las últimas semanas las alarmas han vuelto a sonar en torno a estos reconocidos activistas de la ONG Operación Libertad Internacional, pues los problemas de salud de Lorent Saleh se han estado agravando a la espera de que el Estado venezolano acate las medidas de protección que la CIDH le otorgó desde marzo de 2015, y permita finalmente la atención necesaria.

Oremos por Venezuela

En Venezuela vivimos en estado de miedo y angustia, un miedo crónico y generalizado que obedece a la represión y a la violencia ejercida y sostenida contra la sociedad civil durante ya un largo tiempo.

El miedo y la angustia son elementos esenciales para la dominación y el sometimiento de una sociedad. Nuestro reto es vencer este estado de cosas y abrir paso a nuevas alternativas que den oxígeno y paz a nuestra realidad nacional.

El miedo es la sensación de temor que experimentamos los humanos frente a la amenaza. La angustia es el drama que sentimos al no saber qué pasará con nuestra existencia. Estamos pues, como individuos, sometidos al terror del Estado y su capacidad de violencia articulada.

Para que nuestra sociedad respire libertades y confianza, y no temores y zozobra, se hace necesario vencer el miedo asumiendo, sin complejos, nuestra cuota de culpa en la tragedia colectiva que vivimos.

Para ello será preciso reencontrarnos con nuestras familias, volver a conocer a nuestros vecinos, vernos a nosotros mismos y tomar conciencia de nuestra existencia en este mundo y de nuestra razón de ser como nación.

Hay que ir nuevamente a los espacios públicos, entendernos como hijos de Dios, y así con respeto y humildad elevar nuestras oraciones para que la fuerza del amor y la naturaleza nos den ánimo y sabiduría para resolver nuestra propia crisis. Una crisis que antes que política y económica, es espiritual, intelectual, existencial, humana. Una crisis profundamente humana.

No hay que ser religiosos ortodoxos para comprender y reconocer que, como sociedad, desde hace ya mucho tiempo dejamos de cultivar el intelecto y el espíritu, y nos perdimos en el ruido del falso modernismo; dejamos que el egoísmo se metiera como yerba mala en nuestro espíritu social, hasta el punto de dudar de nosotros mismos.

Nos fuimos convirtiendo en víctimas y victimarios de un país con mala educación y renta petrolera. Somos el resultado de nuestra propia arrogancia y soberbia, de nuestra falsa ilusión de riqueza.

Creo que olvidamos pedir con fe y amor a Dios, porque nos acostumbramos a pedir, con fuerza y fe, a políticos y demagogos. Dentro y fuera de las prisiones van pasando los años, esperando, casi de brazos caídos, entre la queja y la resignación, que «ocurra un milagro en el país», que un caudillo “mesías” resuelva nuestros problemas, y que además nos diga cómo debemos vivir y qué debemos comer. A todas luces una irresponsable fantasía promovida por los que tienen y los que buscan el poder.

Desde hace ocho semanas, vecinos de la ciudad de Valencia decidieron empezar a congregarse los domingos para orar a Dios por la libertad en el país, ofreciendo un rosario a la Virgen por la libertad de los presos políticos y de Venezuela.

Tomaron la decisión de no seguir de brazos cruzados a la expectativa de la autodestrucción. Son ciudadanos que sienten la necesidad de hacer algo por el país sin tener que ser políticos, individuos que no piensan esperar, ni ser parte de agendas políticas que obedecen a intereses muy propios de organizaciones partidistas y que, eventualmente, se alejan de la realidad social.

Su iniciativa ha contagiado a muchos, y ya son varios los estados que se les han unido. ¿Qué mayor acto cívico que reunirnos en familia y entre vecinos de una comunidad para meditar y orar; para, con la ayuda de Dios, solucionar aquellas cosas de nuestro alrededor que sabemos que debemos cambiar y solucionar para el bien de todos?

La familia es la más importante y poderosa institución humana, y desde la comunidad podemos construir grandes cosas. No hay excusa para no hacer. Si los dirigentes políticos -opositores y oficialistas- se excusan de mil maneras, nosotros no podemos hacer lo mismo. Todo lo contrario, debemos demostrar que se puede avanzar en soluciones pese a la adversidad. Debemos, con actos, inspirar a invertir, crear y construir en Venezuela.

Es imposible describir el sentimiento que experimentamos tras las rejas al saber que muchos se han sumado a esta iniciativa por Venezuela, incluso fuera de nuestras fronteras. Hoy con más ánimo debemos sumar y recordar que estos deben ser espacios para meditar y reflexionar sobre nuestros problemas, para ejercer el verdadero diálogo sin prejuicio y con el mayor sentido de respeto a la pluralidad humana y grandeza de Dios.




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