Jesús en su evangelio propone la radicalidad que debe caracterizar al discípulo en todas sus dimensiones. Esta vez la enseñanza vierte sobre un campo muy delicado y actual. Se trata de definir a quién se pertenece. No se puede tener a dos amos. Es obvio que se terminaría por odiar a uno y amar al otro, o prestar siempre la disponibilidad a uno y rechazar los pedidos del otro. Pero el “otro amo” a quien se refiere el Maestro es a las riquezas. Parece mentira que se pueda querer de una misma manera a Dios y a las posesiones, pero sí, eso forma parte de la traición ejercida por los deseos e inclinaciones del corazón humano.

Luego de esta máxima de Jesús, él propone la famosa enseñanza del abandono en la providencia divina. Y hace mucha falta que el hombre de hoy retome estas palabras, porque las situaciones de la vida y las preocupaciones cotidianas lo sumergen en el olvido de esta gran verdad. En fin, no hay que “preocuparse”, es decir, angustiarse en exceso. Ciertamente nos preguntamos qué vamos a comer o con qué nos vamos a vestir. Pero Jesús razona de la siguiente manera: la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido. Las aves del cielo no mueven un dedo para que la tierra produzca la comida que los nutre; es el Padre celestial quien les procura todo aquello. El hombre vale más que un ave, por eso él no debe preocuparse. Es más, el hombre, por más que “trabaje”, no agregar un centímetro más a su estatura.

Con respecto al vestir, basta observar los lirios del campo. Ellos crecen sin trabajar y sin hilar y, aún así, ni Salomón se vistió con tanto esplendor como ellos. Por otro lado, la hierba del campo hoy crece y mañana ya no está, pero Dios la viste así, entonces con más razón al hombre le dará aquello que necesita.

No pensar de esta manera lesiona la fe del que se proclama creyente. Afanarse en esto es actuar como los paganos. El Padre celestial sabe perfectamente qué necesitamos. El hombre fiel busca primero el reino de Dios y su justicia, pues todas las demás cosas se añadirán. No hay que preocuparse por el mañana porque el mañana tiene su propia preocupación. A cada día le basta su afán.




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