Sostenía Fernando Savater al momento de serle conferido el Doctorado Honoris Causa por la Universidad «Simón Bolívar» (octubre de 1998): «…La democracia hace que todo el mundo tenga voto y por lo tanto los ignorantes -que desgraciadamente pueden ser muy numerosos- pueden bloquear las soluciones adecuadas, apoyar los integrismos, los populismos, las soluciones brutales, influir, en último término, en el sabotaje de la propia democracia que utilizan, pero la culpa no es puramente del ignorante, sino de quien lo ha mantenido en la ignorancia, de quien no ha luchado por romper esa cadena de ignorancia…»

Cuánta premonición en sus palabras…
A tan sólo dos meses de aquellas elecciones que, a pesar de las reivindicativas promesas de quien resultó ganador, se profundizaría la lamentable involución hacia la dependencia.

Y así han pasado 18 años en los cuales el régimen logró articularse con esos seres enfermos de frustración, pobreza y hambre, que en su desesperanza, se le entregaron en los brazos.

Seres que no fueron apoyados, sino enajenados, pues al régimen no le conviene que se formen adecuadamente, en pro de su autonomía y su desarrollo y bienestar. Seres inmersos en un círculo vicioso en el que el régimen les mantiene sumidos en la pobreza y la ignorancia, y la pobreza e ignorancia mantienen al régimen en el poder.

Este régimen adulteró la esencia de la democracia, coartando libertades, produciendo un retroceso social de graves consecuencias, aumentó la burocracia improductiva, llenando las dependencias estatales de personas poco capacitadas, tan sólo con la finalidad de mantener una clientela electoral sumisa… Ha generando este gobierno una lamentable involución hacia la dependencia, que conduce a amplios sectores de la población hacia una postura demandante y de acrítica postración.

Pero tal perversidad no les bastaba para el control del «soberano». Ahora convierten el carnet de la patria en la herramienta más poderosa para sobornar a la población y mantenerla enajenada y confundida, prometiéndole un paraíso terrenal que por supuesto no llega, ni llegará, pues se les pasó el tiempo en espejismos de grandeza.

Sólo mediante el trabajo el pobre dejaría de serlo. Pero el régimen no quiere que se desprendan de su protección. Por tal razón, regala pescados y no cañas de pescar. Su única vocación es permanecer en el poder.

Nunca pierde de vista que el pueblo debe ser objeto de permanente seducción, de hipnotizadora propaganda, para que no se rompa ese cordón umbilical demagógico.

Pretende instaurar la mediocridad y la complicidad, pues no sólo las dádivas van a los más desfavorecidos, sino también a otros estratos sociales. Recientemente veíamos la cola en ¨La Trigueña¨ de ansiosos vecinos en pos de su pernil o bolsa CLAP.

Este populismo con cómplice cachucha fomenta la irresponsabilidad y pretende moldear -tal cual régimen totalitario- la mentalidad del pueblo. Es un sistema perverso y mentiroso, alimenta la discordia, el rencor y la fractura social. Y algo grave, muy delicado. Este régimen transmite, inocula, inyecta pereza en el pensamiento y en la capacidad de discernimiento, al buscar que desaparezca la actitud crítica.

Y… ¿A dónde nos ha conducido esto? Cada vez nacen más venezolanos condenados, desde antes de nacer, a no poder acceder a la cultura y a formar en sí los requerimientos sociales necesarios para poder vivir con dignidad. La mejor forma de mantener esto es seguir dando una educación pobre a los pobres. Por esto, la única y verdadera posibilidad de cambio dependerá de la capacidad de ofrecer una educación de calidad a los más pobres.

La educación de calidad es la única herramienta que permitirá romper con esa cadena de ignorancia, esa ignominiosa cadena que sujeta el destino y la libertad de eso seres manipulados históricamente; romper esos eslabones que sentencian que el hijo del pobre tenga que ser siempre pobre; esos eslabones de miseria que pretenden perpetuar que el hijo del ignorante tenga que ser siempre ignorante; considerando que ignorancia significa falta de información o de conocimientos. Es diferente a estupidez, que es falta de inteligencia, y a necedad, que es falta de sensatez.




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