Foto cortesía Diario de Los Andes

Judith Valderrama/diariodelosandes

Fotos Ronny Oliveros

La luz roja es el equivalente 1,2,3 cámara y acción de un estudio de grabación. Ahí todo comienza. Tienen unos segundos para correr con el cepillo, el pote y el agua. De inmediato ruedan gotas por el cristal del carro. Primero, son pocas las que caerán, mientras desde dentro de ese cristal alguien dará aprobación o se negará, porque a muchos incomoda ese servicio que nadie pidió, pero de eso depende la supervivencia de unos 50 niños y jóvenes que salen a las calles de San Cristóbal cada mañana a limpiar los vidrios.

Pareciera que hay más limpiavidrios que semáforos, pero así pinta la crisis. Cada muchacho es un cúmulo de carencias e injusticias sociales que reflejan con pena lo mal que hicieron los adultos que dirigen y dirigieron este país, en otrora rico y abundante.

Ellos recuerdan esos errores cuando muy pequeños deben tomar las inhóspitas y rudas calles de un país catalogado como de los más violentos del mundo, Venezuela, porque los hay en casi cada semáforo.

Sobre el asfalto está su posibilidad de comer y de llevar algo a la mesa cada tarde cuando regresan llenos de vivencias que guardan callados y rememoran solo con la almohada, porque su familia, disfuncional la mayoría, no puede protegerlos y el Estado no lo hace, a pesar que la mayoría tienen menos de 18 años.

 

La escuela que les tocó es la isla de la avenida, porque la mayoría dice no estudiar. Los más grandes completaron el sexto grado y anhelan tener una carrera, por lo general relacionada con cuerpos de seguridad, es una extraña relación.

Dicen varios de ellos que les han amenazado con armas de fuego en su intento por limpiar cristales de algunos vehículos: “No voy a decir quién”, cuenta uno mayor que no limpia vidrios, pero vende chucherías en un semáforo.

“Una mujer que está en la política o es familia de alguien así, una vez desde su carro le mostró un arma a aquel niño, (señala con los dedos). Él se le acercó y echó agua a su vidrio”, el pequeño que muestra no aparenta más de 9 años de edad.

Jeison se muda de la frontera

Jeison de 18 años de edad, es uno de los que limpian vidrios en San Cristóbal. Solo se presenta con su nombre y sin apellido.

Lleva puesta una gorra gris, un tapabocas azul claro, suéter de color azul manga larga y unos pantalones que están descocidos en su parte posterior de tanto uso y agua. Además, calza unas cholas o chancletas de caucho y sus pies están cubiertos con medias.

Ese día llovía, pero a él no le importaba, cada vez que se ponía la luz roja enfrentaba la lluvia y tomaba su cepillo y su pote de agua con jabón. Hacia su trabajo y al final tendía la mano buscando una paga cualquiera por su labor.

Relata que tiene un año limpiando vidrios en la avenida, lo hace después que cerraron la frontera, donde trabajaba como carretillero. “Trabajaba de carruchero (cargaba maletas con una carretilla). A partir de los 14 años empecé a trabajar. A la calle me sacó la necesidad de comer porque no teníamos nada en la casa y aguantábamos hambre y no nos íbamos a morir de hambre, así que me fui a buscar en qué trabajar”.

Con su trabajo los días buenos hace entre 15 a 20 mil pesos colombianos, un equivalente entre 4 a 6 dólares. Con esto le puede alcanzar para comprar algo de almorzar, como un pan pequeño y un refresco. También podrá llevar a casa un paquete harina para arepas, algunos huevos, plátanos, espaguetis y sacar lo del pasaje, porque viene con su hermana hasta San Cristóbal, desde el municipio San Josecito, ubicado a una media hora de la capital tachirense en carro (16,2 Km).

“En tu cerebro está el camino”

Su hermana, quien le acompaña en la avenida, es una adolescente de 15 años, su hermano dice cuidarla con celo para evitar que algún abusador se meta con la bonita jovencita, quien por su propio trajinar ha aprendido a defenderse.

Es muy seria, no hace diálogo casi con nadie, menos con los conductores. Es veloz para correr, parece ganar en su carrera a su hermano y primo que le acompañan en un punto de la avenida Ferrero Tamayo. “Somos cinco hermanos, yo soy el segundo. Mi otra hermana está para Cali (Colombia) y yo aquí, trabajo con mi otra hermana limpiando vidrios, porque a uno no le dan trabajo por ser menor de edad”, cuenta Jeison.

La joven va vestida de forma similar a su hermano. Es necesario usar gorra por el sol, lleva tapabocas y también unos pantalones deportivos muy desgastados. Además, viste una franela que alguien le regaló y tiene un mensaje que ni ella se había percatado de su significado: “en tu cerebro está el camino”.

“No ralla el vidrio”

 

 

Jeison defiende su trabajo de limpiavidrios, dice que la técnica que usa no ralla el vidrio de los vehículos como muchos dicen. “No se ralla (risas).  Estas son prácticamente las mismas gomas que tienen los parabrisas, entonces no entiendo por qué dice la gente que rallan. No rallan de verdad”.

El joven explica que emplean para dejar limpios los vidrios, jabón de lavaplatos diluido en agua, este compuesto puede dejar manchado el cristal de no usar suficiente agua, sostiene.

Con Jeison y su hermana trabaja un primo. Estaban en la esquina de la intersección de la avenida Ferrero Tamayo con la Carabobo de San Cristóbal, pero suelen moverse a otros puntos. No van a sociedad con sus ganancias, es un trabajo individual y solo se acompañan en la jornada.

“Quiero meterme a la PTJ”

 

Su trabajo en la calle es una opción a la que apelan para poder alimentarse, pero hay días en que casi no hacen nada, dice Jeison. “Personas que se van sin darnos nada, otros que nos sacan hasta pistolas y nos tratan mal, nos p… hasta la madre”.

– ¿Cómo es eso de que algunas personas les sacan armas por intentar limpiarles sus vidrios?

– “Si, nos sacan armas, nos la muestran. Apuntan y nos dicen se retiran o le suelto un tiro, un ejemplo”.

– ¿Y ustedes cómo abordan a la gente? ¿Cómo les llegan?

– “Nosotros llegamos así, le preguntamos ¿le limpiamos?, si dicen no, seguimos derecho. Pero como dicen, hay también limpiadores que se pasan, llegan y de una vez le sueltan el agua al carro”.

– ¿Cuál es su horario de trabajo en la avenida?

– “De 8:00 a 8:30, por ahí hasta las 2:00 o 3:00 de la tarde”.

– ¿Cómo hacen para desayunar, almorzar, comer?

– “Pues aquí mismo”.

– ¿Compran algo para comer?

– “Si, aquí en la panadería”.

– ¿Usted estudia?

 “No”.

– ¿Y sus hermanitos?

– “Tampoco”.

– ¿Y su mamá y su papá dónde están?

– “Mamá tiene un trabajo en San Josecito y papá está en Cali (Colombia)”.

– ¿Qué le gustaría ser en la vida? ¿Con qué sueña, porque usted es casi un niño todavía?

– “Ah, correcto. Yo no quiero estar siempre aquí, trabajarla. ¿Qué más vamos hacer?

– ¿Hasta qué grado estudió?

– “- “Hasta sexto?

– ¿Y aspira seguir?

– “Siii”.

– ¿Qué le gustaría estudiar?

– “Meterme para la PTJ (CICPC)”.

“También nos bendicen”

Aunque la vida sea ruda para estos niños y jóvenes en la calle, Jeison cuenta que todo no es malo, muchos de los conductores son buenos con ellos.

“Claro sí, hay gente que es buena. Gracias, que Dios me lo bendiga, le dicen a uno. O, cuídese mucho por ahí, ojo. Si ve, nos hablan así”.

El joven trabajador expresa que se sienten muy bien cuando los tratan bien, “como gente”, y que le agrada mucho escuchar cuando lo bendicen. “No son como otros que vienen por aquí y lo tratan a uno muy mal”.




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