Un sexagenario venezolano llora y canta, lo desafina todo pero canta con el corazón desde el público, conectado a 85 jóvenes compatriotas que se criaron en uno de los mejores semilleros musicales del mundo y, lejos de su país, ponen banda sonora a Buenos Aires, sea en auditorios, calles o el metro.
Su punto de encuentro es la Orquesta Sinfónica Latin Vox Machine, "la casa del músico venezolano en Argentina", como dicen varios miembros, y el recital que marca su primer aniversario se desarrolla a pocos metros del emblemático Teatro Colón, donde, por calidad, muchos de ellos podrían tocar.
Al terminar, la violoncelista Verónica Rodríguez, de 22 años, pasa junto al coliseo porteño mientras camina con sus compañeros hacia un bar del centro para llevar a cabo el ritual sagrado de cualquier músico en el mundo: la cerveza después del concierto.
"Al principio significaba un escape, pero nos hemos convertido en una familia. Tocar con ellos me hace recordar a mi casa", dice Rodríguez a Efe sobre Latin Vox después de una velada especial, pues es la primera vez que su madre y su hermana, llegadas hace un mes a Argentina, la ven tocar en directo desde que dejó Maracay, su tierra.
Rodríguez aterrizó en Buenos Aires de rebote; su plan inicial era continuar sus estudios en un conservatorio de París y consiguió que una fundación privada venezolana la becara con el pasaje de avión, la parte más difícil, puesto que estaba preseleccionada.
El sueño se detuvo: "al final, decidieron darle ese apoyo a un baloncestista". Entonces, apareció Argentina para cambiarle la vida.
"Antes, mi intención era ir a Europa, graduarme en un gran conservatorio y tocar en una buena orquesta. Tal vez eso no me llena tanto ahora, no quiero que sea lo único. Quiero comenzar a estudiar musicoterapia", revela Rodríguez, quien da clases a niños y con amigos de la orquesta formó Cellofilia, cuarteto con el que transportan temas rock a su instrumento.
Cellofilia y Latin Vox Machine no dan ingresos estables, por lo que, como muchos compañeros, decidió meterse en los vagones del "subte", donde lleva a Saint-Saëns y Rajmáninov junto con sabor de su país.
Un día, dos mujeres le dieron las gracias por su música y, al notar que eran venezolanas, les dedicó un último tema, el popular "Venezuela", para el que cerró los ojos.
"A mitad del tema, levanté la cara, abrí los ojos y las vi llorando. Exploté y comencé a llorar también", rememora.
La joven también toca tango y pop mientras otros compañeros se inclinan por reguetón y salsa pero, además del metro, a cada historia de Latin Vox la acompañan trabajos paralelos a la música.
El clarinetista Luis Matamoros (21 años) compaginó atender un quiosco con actuar incluso para la Orquesta Sinfónica Nacional argentina.
Para él, que vino con su hermano, Argentina es un paso intermedio con el que "ayudar" a su familia, "un deber", y luego saltar a Europa, donde en marzo tiene una prueba en Zúrich (Suiza). "Todo llegará con perseverancia y disciplina", zanja.
Matamoros, como todos, surgió del Sistema Nacional de Orquestas y Coros, cuyos estandartes son la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, el director Gustavo Dudamel y el fallecido José Antonio Abreu, quien en 1975 comenzó la idea que convirtió a Venezuela en potencia de la música clásica.
"El maestro Abreu siempre soñó con que en cada rincón de Venezuela hubiese alguna orquesta y coro que los jóvenes y niños puedan sentir como suya. El Sistema es creador de músicos y semillero de ciudadanía", valora Jesús Parra.
Él toca la viola pero cerca del final del concierto aniversario releva al director surcoreano Jooyong Ahn para agarrar la orquesta con una energía que recuerda al estilo de Dudamel y que presagia un futuro con batuta: "Dirigir es sentir adrenalina y calma al mismo tiempo".
A sus 24 años, lleva seis meses en Buenos Aires, está "encantado" con el país que le permite estudiar y enseña en escuelas de música para poder dirigir más y aportar su granito a la diáspora.
"En cualquier país del mundo hay algún músico venezolano haciendo música del mayor nivel y dejando a nuestra Venezuela en alto", afirma Parra.
Antes de lograr sus sueños, reconfortan el alma de sus compatriotas en cada presentación, porque como subraya Rodríguez, ni el hombre del concierto ni las mujeres del metro lloran de pena: "Esas lágrimas no fueron de tristeza, sino de alegría. Te describen lo hermoso de nuestro país". EFE