Dentro de nuestro cuadro político hay quienes, como perros de presa,  no sueltan al usurpador.  Lo acorralan, le cierran su avance a pesar de las armas y las persecuciones inclementes en contra de los que lo retan en su terreno, en el propio zaguán de su casa.

En estos últimos días, surgen varios hechos que le hace  la vida de cuadrito a régimen. Por una parte, el conflicto de la guerrilla colombiana prende un foco de alta tensión entre ambos países. El segundo informe de la comisionada de la ONU para los Derechos Humanos,  Michelle Bachelet, es letal.  Esta semana comenzará el proceso para la activación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y, como si fuera poco, EEUU solicitará a la Unión Europea nuevas sanciones contra el régimen en Venezuela.

De manera que allí están sin doblegarse, en una lucha siempre desigual, venenosa, las fuerzas democráticas; tanto los partidos políticos como la sociedad civil, al alimón, vienen desde hace mucho tiempo, con algunos descarríos, convenciendo a sus iguales de la necesidad de la unidad, de sumarse a la fuerza de la sinergia, sin suposiciones corrosivas.  Sin malabarismos gramaticales sobre el término unidad.  Algunos, no muy ganado con esa idea, echaron mano para convertir en antónimos “unidad” y “unicidad”  aunque este signifique único, irrepetible. En conclusión, la idea no es sana.  En otras palabras, consiguieron en esta elasticidad lingüística, la posibilidad de segmentación para fracturar, dividir y reinar.

En contra de la unidad, que cada vez se hace más imperiosa para el rescate de la libertad, se mostraba a cierta distancia un peligroso obstáculo muy delicado.  Me refiero al acuerdo político pactado por los diferentes partidos de oposición para alternarse la presidencia de la Asamblea Nacional (AN) a partir del 5 de enero de 2016.  Es el caso que le correspondería, según ese convenio, a los partidos minoritarios escoger entre ellos el nuevo presidente a partir de enero de 2020.  Evidentemente, no pensaron, nadie pudo prever en aquel entonces, que se iba a presentar tal circunstancia; de que el actual presidente de la AN, Juan Guaidó, fuese conveniente que repitiera de que -me refiero a esa necesidad política- para el nuevo periodo parlamentario a partir del próximo 5 de enero.  Los parlamentarios del 4G, de evidente mayoría, se iban a encontrar con la turbulenta decisión de pasar por encima de ese acuerdo de alternabilidad.  Ante esa circunstancia se corría el grave peligro de la fractura de los grupos parlamentarios democráticos.  Sin embargo, estos partidos minoritarios en un gesto de responsabilidad patriótica acordaron el viernes pasado, incluso traspasando la jefatura de Proyecto Venezuela, que no comulga con esta idea; el diputado Carlos Berrizbeitia asume su  compromiso con el país, pone por delante la patria; en fin, fue la voz del conjunto de parlamentarios y acordaron lo que sigue: “Los partidos que representamos a la mayoría de a quienes corresponde asumir la presidencia de la Asamblea Nacional en el año 2020, conforme al Acuerdo de Gobernabilidad Parlamentaria firmado el 15 de diciembre de 2015, decidimos respaldar a Juan Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional y encargado de la presidencia de la  república hasta que logremos el cese de la usurpación”.

Concluyo, el proceder de estos partidos, por ahora minoritarios, los hará grandes seguramente.  Es un elemento conclusivo que nos ayudará a confirmar que el gobierno del que se apropió Nicolás Maduro tiene un tiempo preestablecido. Estamos a la puerta de dar el último paso, no hay otro escalón que subir sino aquel que nos conducirá de nuevo a la democracia…

garciamarvez@gmail.com

 




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