Lucía y Cristina Zamora son dos hermanas que solo se tienen la una a la otra. Lucía quedó atrapada bajo los escombros del edifico ubicado en Álvaro Obregón 286, tras el sismo que azotó México el pasado 19 de septiembre. De ahí en adelante vivieron 33 horas en las que una no dejó de pensar en la otra.

Cristina asegura a Efe que su hermana sobrevivió gracias a su «carácter» y su voluntad de no dejarla sola, ya que no tienen más parientes consanguíneos. Esa fuerza fraternal fue la que le hizo «no perder la esperanza ni desesperarse» el tiempo que pasó en la oscuridad de las ruinas.

Lucía, por su parte, dice a Efe que ver a Cristina fue culminar el encuentro que visualizó durante las 33 horas que permaneció en cautiverio, en el que su mayor miedo fue no saber cómo estaba su hermana.

«Ella y yo somos lo único, nos tenemos solo la una a la otra», cuenta emocionada la joven.

La separación de las dos hermanas empezó cuando el sismo de magnitud 7,1 sacudió el edificio donde se encontraba Lucía trabajando.

Ella sintió un movimiento fortísimo «que nunca había sentido» y observó cómo los muebles caían al suelo, lo que le impidió seguir avanzando hacia las escaleras de emergencia.

«Yo creo que la fuerza del movimiento es lo que te paraliza, no hay una reacción predecible», cuenta la joven, quien argumenta que cuando experimentas algo nuevo como eso «es imposible saber cómo reaccionar».

Tras respirar un segundo y recuperar el equilibrio, Lucía trató de seguir adelante, pero de pronto el techo del edificio se le vino encima.

«Fue cuestión de segundos» lo que tardó el edificio en llenarse de polvo y tierra, y la joven instintivamente se cubrió la cara con las manos.

«Se escuchó un ruido muy fuerte y al segundo siguiente yo ya estaba cubierta de escombros», relata.

En ese momento se escucharon gritos en medio de «una oscuridad aterradora» y Lucía necesitó un poco de tiempo para ubicarse en el espacio.

Logró adivinar que «tenía más movilidad en el tronco y en los brazos» que en las piernas y que estaba cubierta de escombros, entre inclinada y acostada, boca arriba y sin heridas graves.

Lo peor fue percibir una losa de piedra a escasos centímetros de su cara que hacía que «cualquier movimiento en falso» pudiera quitarle la vida.

A su lado izquierdo, «hombro con hombro», tenía a Isaac y a unos 30 metros a Paulina, una chica que cayó de la planta de arriba y con quien se comunicó a gritos.

Durante las horas que pasó allí, la joven solo miró el celular para ver si volvía la señal, pero la mayor utilidad del dispositivo fue la linterna.

Cuando miraba el celular, Lucía cubría con sus dedos la hora pues conocer el tiempo que llevaba atrapada la hacía consciente de cuánto estaban tardando las autoridades en llegar hasta ella.

En la oscuridad escuchaba el rumor de piedras diminutas desprendiéndose de las paredes y una maquinaria lejana que acompañaba la respiración de sus compañeros.

Los momentos de silencio fueron «terribles», ya que le hacían pensar «que la esperanza se alejaba».

La joven cuenta que «no percibió ningún olor», pero era «evidente que había muerte». Lo sabía «porque alguien murió muy cerca de nosotros. Era tan evidente que mi mente lo bloqueó», asegura.

Hacia la hora 28, «se escuchó una voz», la de un rescatista. Y los jóvenes gritaron sus nombres con mucha fuerza.

Las autoridades tardaron 5 horas en rescatarlos y cuando Lucía se elevó con un arnés hacia el cielo de la colonia Roma, sintió una tímida lluvia golpear contra ella.

Cristina vivió el temblor de manera muy distinta y su primera reacción fue comunicarse con su hermana. Por la noche recibió la noticia de una de las amigas de Lucía.

«Perdón que yo te dé la noticia, pero tu hermana se encuentra ahí», le informó, en referencia al edificio colapsado de Álvaro Obregón, lo que provocó que Cristina entrara en pánico.

«Empecé a temblar, empecé a sudar frío. No quise llorar, nada más dije: esto no me puede pasar a mí», recuerda.

Al día siguiente acudieron al edificio derruido. Todo era un caos, listas con nombres de desaparecidos en los perímetros de seguridad del inmueble.

«Las listas estaban confusas, alguien apuntó a mi hermana en rescatada, pero no estaba rescatada», asegura.

Para Cristina, la peor parte fue la impotencia de estar tan cerca y no poder hacer nada, por lo que decidió ocupar su cabeza en acciones como retirar escombros y llevar víveres a los centros de acopio.

Cuando rescataron a Lucía, las hermanas se volvieron a ver en un hospital de la Cruz Roja, donde ambas se abrazaron con ansia, saciando 33 horas de incertidumbre y angustia.

Cristina, la hermana mayor, palpó el rostro y el cuerpo de Lucía con celeridad, por la necesidad de sentirla viva.

«Pensé que me ibas a dejar sola, pensé que no te iba a volver a ver», le susurró a su hermana mientras lloraban abrazadas.

Lucía logró salir ilesa del terremoto, sabiendo que pudo correr una suerte distinta ante esta catástrofe natural que ya se ha cobrado la vida de 337 personas y causado miles de heridos. 




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