Lunes Santo: La iglesia conmemora a Cristo Atado a la Columna
/ Foto: Cortesía

Con el Lunes Santo, la Iglesia católica inicia la celebración de la Semana Mayor, que corresponde a la pasión y muerte de nuestro señor Jesucristo, entre la última cena y su crucifixión.

El episodio de este lunes está referido a Cristo atado a la columna, donde recibe los latigazos que ordenó el rey Herodes.

El director del Departamento de Comunicaciones de la arquidiócesis de Valencia, padre Miguel Romero, sostiene que el significado de ese pasaje de la biblia, está relacionado con la idea de que Dios nos debe dar fortaleza a todos los cristianos, para soportar las dificultades que se nos presenten en la vida.

Jesús Atado a la columna aparece en las santas escrituras de san Juan, san Marcos, san Lucas y san Mateo.

De acuerdo con los escritos, la escena transcurre en el pretorio de Jerusalén, centro del poder romano dirigido por Poncio Pilatos, donde a Jesús se le lleva por segunda y última vez tras su paso por distintas instancias

En un análisis hecho por el investigador Constancio Cabezón, la flagelación en sí no constituyó un castigo exclusivo para Jesús, por cuanto el castigo estaba incluido en una ley, como preámbulo a la ejecución. De la medida se exceptuaba a quienes se condenara a decapitación.

San Mateo y san Marcos no explican cuándo ni por qué azotaron a Cristo, solo dejaron constancia de ello en sus escritos.

Lucas es más explícito y cuando se refiere a los esfuerzos de Pilato por salvar a Jesús, dice “Le castigaré y luego le soltaré”. Mientras que Juan afirma que Jesús resultó flagelado durante el juicio de Pilatos.

El jefe romano decidió que la primera acusación que se hizo contra Jesús, es decir que se ha hecho hijo de Dios, y por tanto debería morir, no se incluía en la ley romana, era una cuestión religiosa y la justicia romana no actuaba en estos casos. Por eso lo consideró inocente.

Tras ser liberado, los judíos hicieron una segunda acusación que si entraba en la ley judía. Había permitido ser aclamado hijo de David, que según ellos iba a ser su rey.

Como supuestamente Jesús quería hacerse rey y eso va en contra del emperador, Pilatos tiene la obligación de atender esa acusación. Acto seguido, le pregunta a Jesús sobre su realeza y al no sacar nada en claro, lo considera inocente de nuevo.

Posteriormente, consulta sobre el asunto al emperador Herodes, y ninguno de los dos encuentran causa posible para ordenar la muerte de Jesús.

Ante la presión de la multitud, Pilatos se acogió a la costumbre de liberar a uno de los presos. Preguntó a la gente a quién quería que se liberara, a Jesús o a Barrabas, y entre gritos decidieron por este último.

Se ordenó entonces la flagelación de Jesús con un flagrum taxilatum, compuesto por un mango de madera al que estaban unidas tres correas de cuero de 50 centímetros, en cuyas puntas tenían dos bolas de plomo alargadas.

Los oficiales romanos castigaron a Jesús con latigazos, hasta que quedaron exhaustos.

Constancio Cabezón narra que las correas de cuero del flagrun taxillatum, cortaron en mayor o menor grado la piel de Jesús en todo su cuerpo: en la espalda, el tórax, los brazos, el vientre, los muslos y las piernas. Las bolas de plomo, caídas con fuerza sobre el cuerpo de Jesús, hicieron toda clase de heridas: contusiones, irritaciones cutáneas, escoriaciones, equimosis y llagas.

Además, los golpes fuertes y repetidos sobre a espalda y el tórax, provocaron sin dudas, lesiones pleurales e incluso pericarditis, con consecuencias muy graves para la respiración, la marcha del corazón y el dolor.

En la parte externa, Jesús quedó irreconocible por las heridas y la sangre, pero en el interior de su organismo también se presentaron lesiones muy graves en órganos vitales, como el hígado y los riñones.

En las circunstancias de Jesús, es imposible explicar médicamente el dolor que sentía cada vez que recibía un azote con las bolas de plomo. Se podría decir que en esos momentos Jesús era solo dolor.




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