En días recientes, Maduro declaró que habían 800 mil migrantes venezolanos, quizá menos… Supongo que esa debe ser la posición oficial de la hegemonía. También declaró que habían regresado al país alrededor de 350 mil. Unas cifras que pretenden minusvalorar el drama de la emigración venezolana.

De acuerdo a la agencia especializada de la ONU para el tema de las migraciones, los migrantes venezolanos pueden sumar, hasta ahora, 6 millones, y la tendencia va en aumento.

Le doy más crédito a la ONU y otras instancias cuyos números se asemejan, que a Maduro. El interés de éste es la propaganda, pero no es así en el caso de los expertos dedicados a examinar la tragedia de las migraciones masivas en el mundo.

La emigración venezolana del siglo XXI no conoce de categorías sociales o regionales. Una parte significativa de la clase media ha emigrado,
ciertamente, pero así mismo esa emigración también incluye a amplios sectores populares.

Un factor crucial es la emigración de las nuevas generaciones. Perciben, con sobrada razón, que
Venezuela no les ofrece oportunidades de formación y de trabajo.

Otro factor crucial es que la emigración masiva de venezolanos constituye una realidad exactamente contraria a nuestra experiencia histórica, sobre todo del siglo XX. Hemos pasado de ser una nación de inmigración a una de emigración. No hay duda que se trata de una de las consecuencias más destructivas del despotismo depredador de la hegemonía.

A Maduro y los suyos no parece que les importe mucho la cuestión. Menos gente, menos consumo de los destartalados servicios públicos, y la ruina de la economía se hace menos gravosa, por los recursos que los emigrantes hacen llegar a sus familiares en el país.

Y claro, no es lo mismo que un potentado oficialista «emigre» con la botija llena, a que una multitud de jóvenes se vayan por los caminos verdes, con las manos vacías.

Si las cifras de la ONU son creíbles, y no tendrían por qué no serlo, la quinta parte de la población venezolana ha emigrado. La abrumadora mayoría por las malas. Ello forma parte de la catástrofe humanitaria que padece Venezuela, y de millones de sus habitantes fuera de nuestras fronteras.

Un país que se vacía de sus recursos naturales, que se vacía de sus recursos económicos por la depredación del poder, y que se vacía de sus recursos humanos, en magnitudes masivas, es un país esclavizado por el poder establecido.




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