La tendencia de la epidemia es a la baja en municipios mineros como Sifontes y El Callao. Pero con tendencia hacia la estabilización —y no a la baja —, en municipios urbanos o no mineros como Caroní (14.282), Angostura (11.991), Sucre (11.231), Cedeño (10.495) y Piar (5.449).
Esto no es un problema de Bolívar nada más. ¿Qué pasa en Bolívar? Antes había malaria sólo en las zonas selváticas, pero no había malaria urbana y periurbana. Hay municipios, ciudades importantes – como Ciudad Guayana – con tres o cuatro parroquias críticas, señaló Oletta.
El aumento histórico de casos ocurrido entre 2017 y 2019 en Bolívar hizo colapsar la capacidad de respuesta de la red de ambulatorios en municipios urbanos como Caroní. No había suficiente tratamiento, ni mosquiteros, ni cuadrillas de fumigación.
Había apenas dos centros asistenciales de los que dependían los 17 sectores de Pozo Verde, foco de malaria más grande de Caroní, y la tercera parroquia con mayor cantidad de casos nuevos reportados en Bolívar aún en la actualidad.
En los módulos no cabía más gente, los pacientes aguardaban afuera, algunos sentados, otros acostados en el suelo. Otros se iban como podían hasta los módulos de Ciudad Guayana a más de 40 minutos de distancia, pero esos también estaban colapsados.
El paludismo llegó a azotar tanto a la comunidad de Pozo Verde que sus habitantes salieron a protestar para exigir al Estado una jornada de fumigación, y de entrega de tratamiento. “Plaga paludismo”, llegaron a escribir en mayúsculas y con pintura en el pavimento de la vía principal, durante una protesta en 2018.
El año pasado (2021) en Pozo Verde se concentró el 56% de las nuevas infecciones diagnosticadas en Caroní. El municipio tenía 14.282 casos de malaria según datos oficiales, pero no publicados por Salud Ambiental.
Aunque los números actuales parecen elevados – y lo son -, las cifras son inferiores a las reportadas en 2019, cuando todo el municipio llegó a registrar 28.093 casos de malaria. Eso quiere decir que, en dos años, los casos disminuyeron 49%.
¿Qué cambió la tendencia de los casos? Salud Ambiental junto a la Organización Panamericana de Salud (OPS) hicieron algunas jornadas de fumigación en los sectores más críticos, se entregaron mosquiteros con insecticida a poblaciones vulnerables y con el tiempo, mejoró la distribución de tratamiento: instalaron 14 centros de atención, diagnóstico y tratamiento en la parroquia.
Para 2021 unas ocho mil personas en Pozo Verde tenían paludismo. Todavía en el pueblo, apuestan a quién le ha dado la enfermedad más veces. Los síntomas de la enfermedad que puede ser mortal, forman parte de su cotidianidad.
“El paludismo llegó, de las minas lo trajeron y no se quiso ir”, dice Sorelis Díaz, Médico Integral Comunitaria del Área de Salud Integral Comunitaria (Asic) 19 de abril, un sector de Pozo Verde.
“Los casos han disminuido porque se potenció la accesibilidad a los servicios y tenemos cómo hacer seguimiento a la gente para evitar recaídas”, opina Juana Farias, directora de la red ambulatoria del municipio Caroní y ex coordinadora del departamento de malaria de la parroquia Pozo Verde.
Pero, aunque el tratamiento abunda en la actualidad, los mosquiteros con insecticida de larga duración escasean, y las cuadrillas de fumigación no llegan a estos sectores rurales desde hace tres años. La última vez que surtieron mosquiteros fue durante las inundaciones de septiembre de 2021 y, solo se les entregó a embarazadas y niños menores de cinco años, población propensa a desarrollar síntomas graves de malaria.
Hacemos lo que podemos, hemos repartido mosquiteros. No a toda la población porque no hay suficientes, pero sí en comunidades donde predomina más el paludismo, como Mina Abajo, Mina Arriba, Sierra Caroní y Pozo Verde, señala Farias.
Aunque los casos han disminuido, la transmisión se mantiene activa y requiere mayor inversión en estrategias de control vectorial.
Mira, no tengo datos a mano, pero sé que tenemos bastantes casos en la comunidad. Yo diría que 90% de la gente que vive en Sierra Caroní tiene malaria, calcula Estella Roques, enfermera voluntaria del ambulatorio principal de Sierra Caroní, uno de los sectores más grandes de Pozo Verde.
La OPS eliminó las fumigaciones de sus programas de atención de malaria porque, aunque eficiente, su implementación es costosa. Es por eso que la ayuda humanitaria se centra en la entrega de mosquiteros con insecticida que además tienen un efecto repelente y dura hasta 10 años.
El Estado no invierte en cuadrillas de fumigación.
Entrega de medicamentos vencidos genera desconfianza hacia el tratamiento
Después de años de escasez crítica de antimaláricos, al país llegaron medicamentos suministrados por la OPS y otras organizaciones donantes. Pero algunos están vencidos desde 2018 o incluso antes.
Extraoficialmente trascendió que la organización estima reemplazar los fármacos por vigentes a partir del segundo semestre del año.
Aunque especialistas sostienen que, mientras esté bien almacenado el tratamiento no pierde efectividad a menos que haya expirado hace 10 años, los pacientes – y algunos médicos integrales comunitarios (MIC) – atribuyen las reinfecciones por paludismo al hecho de que los fármacos caducaron y no a factores como, por ejemplo, la fármacoresistencia que requiere otro tipo de estrategia terapéutica.
En consecuencia, los pacientes prefieren aliviar los síntomas de la enfermedad con medicina alternativa que al final agrava la infección, porque no elimina el parásito plasmodium del organismo: té de hierbas como ‘cadillo de perro’, agua con creolina, ajo con limón, jugo de sábila con papelón y ruibarbo y demás brebajes que les recete el médico naturista de confianza.
“Yo digo que como está vencido el tratamiento no hace efecto… Yo puedo cumplir el tratamiento 20 días, pero vuelvo a tener los síntomas, me hago la prueba ¡y sale positiva! Hay gente aquí que siente que el paludismo es parte de su organismo, como si lo tuvieran en la sangre”, dice Nexuali Vallenilla, habitante de Sierra Caroní, uno de los sectores con más casos de malaria en Pozo Verde.
La mujer de 43 años relata que le ha dado paludismo al menos siete veces. Ya no toma tratamiento porque siente que no va a curarla. Aunque la malaria es una enfermedad aguda, se puede volver crónica si no se cumple el esquema de tratamiento correcto bajo vigilancia médica.
Casos como el de Nexuali no trascienden a la estadística nacional, porque Minsalud no incluye en sus datos las reinfecciones.
Venezuela lidera las cifras de malaria en las Américas
Según el Informe Mundial de Malaria (2021) de la Organización Mundial de la Saluda (OMS) para 2020, Venezuela, Brasil y Colombia concentraron más del 77% de los casos en la región.
Venezuela sigue registrando la mayor cantidad de infecciones en las Américas: 232.000 casos (35,5%) de 653.000.
El Fondo Mundial, OMS y demás organizaciones han invertido más de 40 millones de dólares en el Plan Maestro para el fortalecimiento de la respuesta al VIH, Tuberculosis y Malaria, pero la ayuda humanitaria nunca será suficiente: el Estado debe tener voluntad para invertir en políticas de salud pública, orientadas a eliminar la malaria en el país.
Según el reporte de la OPS, el Estado venezolano invierte apenas 0,2 dólares por paciente. Es uno de los países que menos invierte en programas de control para malaria, solamente superado por Guyana francesa.
“La malaria es un reto nacional, mientras el Gobierno no entienda que esto es una responsabilidad del Estado, mientras dependa de aportes internacionales, no podremos eliminar la malaria del país”, sentenció Oletta.
50 años de retroceso
En los años 60, el entonces ministro de Salud Dr. Arnoldo Gabaldón y sus cuadrillas móviles de rociamiento y campañas de distribución de medicamentos logró eliminar cerca del 70% de los casos de malaria en el país – primero que la Unión Soviética y Estados Unidos – después de haber llegado a la cifra de 10 mil muertes por malaria.
En el año 2000 el Estado eliminó el Programa de Control de Enfermedades Endémicas y dejó de invertir significativamente en el plan de control de malaria. La vigilancia epidemiológica decayó.
Eso, unido al auge de la minería desordenada al sur de Bolívar y la crisis económica, demolieron más de 50 años de avance en la eliminación de la enfermedad.
En 2017, Salud Ambiental reportó un máximo de 400.000 casos nuevos confirmados – según datos oficiales-. Venezuela concentró 53% de los casos de malaria en toda América Latina y se calcula que murieron unas 340 personas. Datos de oenegés sugieren que la cifra fue tres o cuatro veces mayor.
Con la intervención de organismos multilaterales como Organización Panamericana de la Salud (OPS), Médicos Sin Fronteras (MSF) y el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en los focos más calientes del sur de Bolívar (Sifontes y El Callao), los casos comenzaron a descender en esas zonas críticas a partir de 2020.
Pero el daño estaba hecho: la malaria migró a los municipios no mineros de Bolívar, hacia otros estados del país y, además, engrosó las cifras de paludismo en las Américas.