Cuando los venezolanos suman las horas en las que no han tenido electricidad en el último año, los capitalinos superan el centenar, pero para los ciudadanos del resto de la nación es más fácil contar los días, las semanas o los meses pues la oscuridad se convirtió en su constante y la luz en una excepción.
Solo en 2019, el país con las mayores reservas de petróleo registró 87.610 fallas eléctricas, lo que arroja un promedio de 240 cortes por día, según las cuentas del llamado “comité de afectados por los apagones”. Entre enero y febrero de este año se registraron 10.210 cortes.
Venezuela entera quedó a oscuras en marzo de 2019, hace justo un año, durante varios días. Desde entonces, solventar la crisis eléctrica en Caracas ha tenido un precio altísimo para el resto del país, sometido a apagones diarios y donde las personas se adaptaron a vivir semidesconectados.
EL “FATÍDICO” 7-M
Aquel 7 de marzo, el país reaccionó con incredulidad. La idea de toda una nación apagada y, por ende, sin llegada de agua a los grifos -cuyo sistema requiere electricidad para mover los motores que transportan el recurso hídrico-, sin señal en sus teléfonos ni Internet en sus computadores no es fácil de soportar.
Sin embargo, esa era la realidad y se mantuvo durante más de 24 horas y posteriormente con cortes intermitentes, en el mejor de los casos, y hasta 10 días en las zonas más desfavorecidas.
El fluido eléctrico se fue restableciendo, aunque con fallas, conforme avanzaban los días hasta llegar al día 25 cuando la oscuridad otra vez fue total. La dinámica se repitió al menos tres veces más en las siguientes semanas siempre con leves afectaciones en Caracas y otras, cada vez más severas, en el interior del país.
La normalidad nunca volvió a algunas regiones, que desde entonces han vivido con racionamientos en el servicio de energía y han tenido que sobrellevar las consecuencias, como la falta de combustible, dificultad para completar transacciones que requieren Internet y paralización de algunas áreas en los hospitales.
En medio de todo, el Gobierno declaró la emergencia en el sector eléctrico, militarizó aun más la industria y aplicó una dieta de energía que dejaba a oscuras 18 horas por semana a casi toda la población, otra vez con la excepción de Caracas.
La presidenta del comité de afectados por los apagones, Aixa López, aseguró a Efe que las pérdidas de los ciudadanos superaron los 20 millones de dólares por artefactos dañados. Otros gremios y cámaras estiman que el país perdió unos 200 millones de dólares por cada día apagado: fueron al menos 10.
SIETE MESES SIN LUZ
El estado Zulia, rico en petróleo y fronterizo con Colombia, se ha llevado la peor parte en toda esta saga. En 2019 sumó unas 5.000 horas sin electricidad, unos siete meses a oscuras, otra vez según denuncias de los afectados.
López, que considera “dramática” la situación, indica que en los últimos meses miles de personas emigraron de Zulia hacia otros estados donde la luz falla menos y la temperatura es inferior a los 30 grados centígrados de su terruño.
Solo en esa entidad federal, que alberga a unas cuatro millones de personas, los cortes de marzo dejaron pérdidas de 1.000 millones de dólares, según las estimaciones del presidente regional de la principal patronal, Fedecámaras, Ricardo Acosta.
Cerca de 600 comercios fueron saqueados entonces y al menos el 30 % de ellos no pudo retomar sus operaciones. Se perdieron 2.000 puestos de trabajo y la actividad comercial se redujo casi a la mitad.
“Me vuelvo loca a mediodía”, exclama Ana Beatriz Espinosa, una sexagenaria que reside en Maracaibo, capital de Zulia, y que ha tenido que soportar “demasiado calor” en los últimos meses sin poder mitigarlo con ventiladores por la falta de electricidad. En las noches sin luz duerme en la puerta de su casa para sentir la brisa.
VIVIR A OSCURAS
En el estado Táchira (oeste), el segundo más afectado por los apagones, el comerciante Rubén Barragán asegura, en medio de un apagón, que vivir a oscuras es difícil pero, aclara, la falta de agua en los hogares consecuencia de los cortes eléctricos es “peor”.
“Dejamos de trabajar, de estudiar, de hacer cualquier actividad que requiera de luz (…) tenemos 12 horas al día (sin luz)”, dice el hombre de 42 años y padre de tres hijos pequeños.
Estas realidades no son desconocidas por los caraqueños que miran, entre aliviados y preocupados, cómo la falta de energía y sus impactos en la vida diaria se acercan cada vez más a la capital.
“En el interior del país se sufre por el gas, por el agua, por el teléfono, por transporte”, dice el caraqueño Andris Bravo que se considera un afortunado pese a quedar sin luz eventualmente por varios minutos debido a los “bajones” que se hacen comunes en algunas zonas de Caracas.
“Ahora no sabemos cuándo se va a ir la luz indefinidamente”, agrega el joven de 32 años a modo de síntesis colectiva. EFE