Mi hermano Hermann

Lo de Hermann no era la búsqueda de un reconocimiento, un premio o una distinción. Lo suyo era la satisfacción de lo que nuestros clientes esperaban de nosotros

En 1963 fundamos mi hermano Hermann y quien esto escribe una oficina de arquitectura. Lo hicimos muy esperanzados en poder aportar nuestra profesión al crecimiento de Valencia, entonces en una explosión demográfica y económica, con un futuro prometedor en el campo de la industria, que la llevaría a ser llamada “La Ciudad Industrial de Venezuela”, aunamos nuestros conocimientos: los aprendidos por él de la mano de prestigiosos arquitectos, maestros en el también prestigioso Instituto Tecnológico de Massachussets, con los que me inculcaron reconocidos profesores en una Universidad Central de Venezuela que no tenía nada que envidiarle a la de Boston.

Lo de Hermann no era la búsqueda de un reconocimiento, un premio o una distinción. Lo suyo era la satisfacción de lo que nuestros clientes esperaban de nosotros: la excelencia en el diseño, el bienestar de quienes ocuparían los ambientes que creaba. Lo suyo era una arquitectura seria, comprometida, sin vedetismos ni barroquismos que hicieran gastar a los clientes más de lo necesario. No se trataba de diseñar fachadas que deslumbraran a los pasantes. Se diseñaban solas, pues reflejaban lo que detrás de ellas había: espacios dignos, funcionales y confortables.

Así fue el encargado de diseñar quintas, como varias en las urbanizaciones Guaparo o El Trigal, edificios de apartamentos y de oficinas como la llamada Torre Banaven o la Torre Venezuela, contigua ésta al Polideportivo, tiendas por departamentos como la de la multinacional Sears, hace tiempo ida del país, edificaciones hospitalarias como el Centro Médico Guerra Méndez, la Urbanización Mañongo en Naguanagua, o Villa Jardín en las cercanías de Tocuyito. En muchas otras obras colaboró como socio en nuestra oficina, como el Mercado Periférico de Candelaria o la Plaza Monumental.

Es que su concepto de la arquitectura era distinto al de los oropeles y fanfarrias de los llamados “Starchitects” o arquitectos estrellas, que deslumbran al mundo con obras de fantasía y recargadas de elementos superfluos para impresionar a los impresionables.

En una oportunidad, vino a Valencia un arquitecto español para dar una conferencia sobre el Museo Guggenheim de Bilbao. Un edificio impresionante, más una escultura que un museo: Impresionantes fotos sobre aquel enjambre de láminas de titanio amontonadas. Luego de la conferencia, me acerqué al conferencista y le propuse que los curadores del museo le hicieran una encuesta a los visitantes que iban saliendo, luego de haber recorrido sus espacios donde se mostraban pinturas de pintores más o menos famosos: ¿Qué obras vio durante su recorrido? Seguramente, según mi apreciación, ninguno podría dar una repuesta: el museo era lo que habían ido a ver, no las obras expuestas. Y eso no creo que sea arquitectura, como tampoco lo creería mi hermano Hermann. Pienso que esta reflexión da una imagen de lo que él consideraba arquitectura. Tal vez lo mismo podría ocurrir con los asistentes a tantos estadios como el llamado “Nido de Pájaro”, construido en Pekín según diseño de unos arquitectos suizos, para las Olimpiadas 2008, si no fuera porque los asistentes a un partido de fútbol no suelen ser amantes de las bellas artes. O con la llamada Ciudad de las Artes y la Tecnología en la Valencia mediterránea, enorme tienda de campaña a la cual se le cuela la lluvia.

Tal vez al lector le parezca un tanto atropellada disertación, y se preguntará a qué es todo esto sobre arquitectura. Es que quería escribir algo en homenaje a mi hermano ido.

Únete a nuestros canales en Telegram y Whatsapp. También puedes hacer de El Carabobeño tu fuente en Google Noticias.

Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

Newsletters

Recibe lo mejor de El Carabobeño en forma de boletines informativos y de análisis en tu correo electrónico.

Mi hermano Hermann

Peter Albers

Activa las notificaciones Lo pensaré