«Cuando se cede al miedo del mal, se experimenta ya el mal del miedo» Pierre de Beaumarchais

Actualmente, más que vivir a la defensiva, vivimos con miedo. Miedo a expresarnos libremente y miedo a escuchar lo que los demás tienen que decir. Miedo a reunirnos, miedo con los WhatsApps, Ttwitters , o a las llamadas telefónicas.

El miedo, esa sensación que provoca una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o un daño que realmente amenaza, que en nuestro caso puede ir más allá de los riesgos sospechados o imaginados; el miedo, esa herramienta utilizada por este perverso régimen, que trabaja incesantemente –pues el Mal no descansa- el miedo, esa acción coercitiva que busca el sometimiento a la obediencia de la ciudadanía mediante la coacción, y el amedrentamiento para que no pueda organizarse; que utiliza, para tratar de alcanzar sus nefastos objetivos, esas lecciones que dejaron regímenes totalitarios del pasado siglo: el pánico a la represión.

Hannah Arendt, en su obra de obligatoria lectura «Los Orígenes del Totalitarismo», sostenía que el miedo, inducido desde el poder, paraliza a las sociedades, las anestesia, insensibilizándolas ante la «banalidad del mal»; y establecía una diferencia cualitativa importante entre tiranía y totalitarismo: la tiranía produce miedo, el totalitarismo produce terror.

Una muestra terrible ha sido la ruindad volcada en nuestro joven diputado Juan Requesens, que busca se contagie el miedo a los castigos físicos, mentales y morales. Que se sienta miedo a ser expulsado del puesto de trabajo, miedo a ser despojado de su propiedad; miedo a la cárce y a la tortural…

Y esto sucede porque el régimen emplea toda su maquinaria en disgregar las fuerzas que puedan poner en peligro su autoridad.

Se ha dedicado a la fragmentación de cualquier esfuerzo unitario independiente que se pueda producir. Por eso echa mano de la represión para controlar y destruir a sus oponentes, en cuanto sujeto y organizaciones, y para neutralizar al resto de la ciudadanía; para inhibir la rebeldía potencial de la gente y de todos aquellos que puedan sentirse identificados con algún aspecto de las víctimas de la represión y expresar solidaridad.

Uno de los peores enemigos de la democracia es el miedo y el síntoma más elocuente de su vitalidad es la libertad. Miedo y libertad no pueden convivir. Sin libertad no hay democracia y cuando llega el miedo, se inicia la travesía que conduce al totalitarismo.

El miedo es seguido de una acción social conformista que conlleva a la cobardía como comportamiento social inhibitorio de la conciencia y la voluntad de participar en acciones propias de la democracia. La extensión del miedo busca paralizar las intenciones de cambiar la realidad que vivimos

El miedo, como elemento coercitivo, va logrando sus pretensiones, ante esa evidente sumisión…Luego, nuestro miedo es su victoria.

Maduro y sus secuaces se empeñan en la confrontación, pues el propósito del régimen no es otro que atemorizar para disipar el terror que ya les alcanza, a sabiendas que no les quedan muchas opciones para evitar su ineludible caída.

La escalada represiva obedece al descontento popular. El gobierno pretende desarticular a la oposición por todos los medios, pero es el miedo la herramienta preferida para atemorizar a la disidencia. Quieren una oposición presa, una sociedad y unos medios amordazados y con las universidades silenciadas.

Recientemente el profesor Benigno Alarcón nos recordaba el significativo mensaje que nos dejó un verdadero paladín en la lucha por rescatar su país del oprobioso sistema comunista, el poeta Vaclav Havel, líder de la Revolución de Terciopelo.

Al asumir la presidencia que transformaría a su país en lo que es hoy la República Checa con un discurso trasmitido el 1 de enero de 1990, en el que lejos de ser complaciente con el pueblo que le eligió, hacía un duro reclamo y llamado a la conciencia moral de sus conciudadanos al decir: “… Por miedo la gente se ha acostumbrado a ignorar la realidad para centrarse solo en la suya propia, como si su entorno no existiese. A callar o decir lo contrario a lo que se piensa por miedo. El miedo nos ha llevado a encerrarnos en nuestros asuntos y a ignorar las injusticias, las violaciones más flagrantes a nuestros derechos humanos, ciudadanos y políticos más elementales e incluso la desgracia del otro, para ver a quienes dedican su tiempo a la lucha por la justicia o la democracia como tontos románticos… No fuimos tan solo las víctimas de un sistema sino quienes lo alimentábamos y manteníamos…”

El país es la suma de individuos, y el ciudadano común tiene ya tanto caparazón de apatía, indiferencia o temor, que sólo se inmuta cuando las consecuencias del desaguisado le tocan directamente. Y así lo entendemos, hay personas que están beneficiándose del silencio generado por el miedo, del cual no podemos ser presas si no queremos que esta realidad se eternice. Ni el miedo, ni la resignación, ni la depresión y menos aún la desesperanza deben ser componentes de la vida de los venezolanos. Frente a eso se impone romper el miedo y seguir luchando. No hacerlo será dejarle el campo abierto al modelo de dominación que nos conduce por tan nefasta senda.

Ya para concluir, de un viejo libro -Tratado del Rebelde-, del alemán Ernst Jünger, extraemos: «En el seno del gris rebaño se esconden lobos, es decir, personas que continúan sabiendo lo que es la libertad. Y esos lobos no son sólo fuertes en sí mismos: también existe el peligro de que contagien sus atributos a la masa, cuando amanezca un mal día, de modo que el rebaño se convierta en horda. Tal es la pesadilla que no deja dormir tranquilos a los que tienen el poder».




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