COVID-19
Doctora Azahaí Linares junto a su hijo Ciro Ulloa

Hace casi tres años, cuando Ciro Ulloa decidió migrar a Perú, no se imaginó lo difícil que sería, no solo emprender en un país diferente al suyo o estar lejos de su familia, sino que enfrentaría el COVID-19, una pandemia que complicaría su situación económica y que le quitó la vida a su mamá sin poder despedirse de ella, de quien siempre recordará ese último mensaje de Whatsapp, unas horas antes de morir que decía: “Me siento muy mal”.

Casi dos mil kilómetros lo separaban de ella, quien luchaba contra el COVID-19 en una de las 24 camas de la sala de aislamiento instalada en el Hospital Adolfo Prince Lara de Puerto Cabello, luego de haber dedicado más de 40 años a la medicina. Esta vez le tocaba a ella ser paciente.

A la doctora Azahí Linares la conocían, querían y respetaban mucho. Era médico laboral y sexóloga, de las más reconocidas de la costa carabobeña. Ciro era su único hijo y mantenían comunicación siempre, varias veces al día. “Era un ritual, de lunes a lunes. Nos dábamos los buenos días, buen provecho, las buenas noches… hablábamos de todo aunque a veces la comunicación era inestable por lo de la electricidad, la señal y el internet”.

Con Paula, su única nieta, también conversaba a diario. Lo mismo hacía con su nuera Mariana. Eran muy unidos. Por eso se enteraron desde el primer momento cuando comenzó con síntomas de COVID-19. “Pero fue difícil identificar de qué se trataba porque ella sufría siempre de gripes y entre febrero y marzo superó una bronquitis que le había dado”.

Con la incertidumbre presente, y por el contacto que ella mantenía con diferentes pacientes en la emergencia de una clínica privada de Puerto Cabello, decidió hacerse la prueba rápida que resultó positiva.

La angustia del COVID-19

Ciro recuerda muy bien la fecha: “Fue el lunes 17 de agosto y desde ese día empezó nuestra preocupación por sus antecedentes”. La doctora hizo lo recomendado, compró el tratamiento para COVID-19 y se fue a casa a pasar la cuarentena con una sobrina que la cuidó en ese proceso.

El sábado 22 comenzó a presentar dificultad respiratoria severa y tuvieron que llevarla de emergencia al Hospital Molina Sierra del Seguro Social, y de ahí la remitieron rápidamente al Prince Lara, que es el que está habilitado para pacientes con COVID-19.  “El sentimiento era de angustia, estábamos aquí súper preocupados ya que sabíamos que ese virus es mortal. Fue frustrante y desesperante no estar con ella para cuidarla, y ella no dejaba de decirnos que tenía miedo de no volver a ver a su nieta, o a mí. Fue muy triste”.

Mensajes imborrables

Mientras la doctora Linares batallaba contra la enfermedad, le dejó claras muchas cosas a su hijo con quien hablaba constantemente a través de la mensajería de Whatsapp. “Ella me confirmó lo que ya sabíamos, que el sistema de salud en nuestro país está deteriorado, que no hay medicinas ni implementos para tratar a los pacientes con COVID-19”.

Pero también les dijo que la atención de sus colegas era excelente. Lo realmente complejo era conseguir los medicamentos que les solicitaban porque solo se conseguía en altas sumas en dólares.

El 27 de agosto, 10 días después del resultado positivo de la prueba rápida para COVID-19, fue la última vez que Ciro pudo hablar con su madre. “Nos envío un mensaje en el que decía que se sentía muy mal. Fue su último mensaje”.

Pero él y su esposa seguían desde Perú tratando de hacer todo lo posible por pagar el tratamiento médico desde allá. De hecho, cuando ya la doctora había fallecido, Mariana, su nuera, aún estaba haciendo unas transferencias bancarias para pagar unas medicinas, sin saber que ya era demasiado tarde.

Ciro estaba manejando cuando recibió un mensaje de su prima, quien era la que se encargaba directamente del cuidado de Linares. “Solo decía: ¿y ahora qué hago? ¿Qué hago? Y en ese momento me estacioné y presentí algo malo. Llame a un tío para preguntarle y fue quien me dio la noticia. Recuerdo que se me cayó el mundo, mi mamá no podía estar muerta”.

Como pudo condujo hasta el lugar donde residen y le contó a Mariana. Al ver que sus padres lloraban desconsolados, Paula, de siete años, preguntó qué pasaba. “Tuvimos que explicarle. No sé qué fue peor, si el momento en el que yo me enteré que mi mamá había muerto por COVID-19 o cuando le conté a mi hija, verla llorar y decir: vámonos a Venezuela, no debimos venirnos para acá. Eso me derrumbó más”.

Dolor grande liga

Con el dolor que le produjo perder a su madre y no poder despedirse de ella, Ciro tuvo que enfrentar los trámites de su entierro. La recomendación para pacientes que fallecen por COVID-19 es la cremación, pero en este caso eso no fue posible.

El proceso fue complicado. “Fue tedioso por el papeleo, porque ella falleció después del mediodía y se debía hacer los trámites para cremarla en el cementerio de San Joaquín, que es el único de Carabobo donde lo hacen, y por el tema de gasolina y todos los papeles necesarios no se pudo porque exigen la cremación en estos casos en menos de 12 horas porque no hay nada para mantener los cuerpos, no hay neveras en la morgue”.

Así que la solución fue enterrarla al día siguiente un cementerio de Puerto Cabello.  Fue una ceremonia de la que él y su esposa pudieron ver unos segundos a través de un video que les mandó la sobrina.

La doctora Azahí Linares era tía del grande liga José Altuve, quien expresó a Ciro su más profundo pesar y tristeza. “Eran muy unidos. Se querían mucho. Era su consejera, la que siempre lo consintió”.

La última vez que Ciro vio a su mamá fue gracias a su primo Altuve. Ella llegó en diciembre de 2019 a Perú a visitarlos y estuvo hasta febrero, después del cumpleaños número siete de su nieta Paula, y lo hizo porque el pelotero le regaló el pasaje.

COVID-19
Doctora Azahí Linares en su último viaje a Perú junto a su nieta

Regresar a Venezuela después del COVID-19

La pandemia por COVID-19 complicó todo para esta familia de migrantes venezolanos en Perú. Desde el 15 de marzo, tanto Ciro como Mariana se quedaron sin empleo y los pocos ahorros que tenían se les acabaron pagando los servicios.

Así que tuvo que pedirle ayuda a su mamá y a una tía para poder solventar gastos. “Cuando levantaron la primera fase de la cuarentena me costó conseguir trabajo, fue muy duro, hasta que encontré algo y ahora soy el único que está produciendo en casa porque mi esposa debe quedarse cuidando a la niña ya que las clases son online y no tenemos quien se quede con ella”.

Regresar a Venezuela se ha convertido en un pendiente que esperan cumplir después del COVID-19. “Debemos hacerlo porque tenemos allá nuestra casa, nuestras cosas, y aunque sea visitar a mi mamá en el cementerio para darle su adiós, porque no pude estar con ella en sus últimos momentos”.

Y fue así como un migrante venezolano tuvo que enfrentarse a la pandemia y todas sus implicaciones, además de la muerte de su madre a casi dos mil kilómetros de distancia.




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