La proeza deportiva del maracayero Miguel Cabrera ha unido el país en la emoción, con muy pocas excepciones que siempre las hay. No hay que ser tigrero aquí o allá y ni siquiera seguidor del beisbol para compartir la inmensa alegría de este triunfo tan significativo de un compatriota que como las marcas mundiales y olímpicas de Yulimar Rojas o el reconocimiento internacional a esos directores salidos del sistema nacional de orquestas juveniles como el larense Gustavo Dudamel o la yaracuyana Glass Marcano, cuyo primer valor es demostrarnos, una y otra vez, que este pueblo que somos no es uno de acomplejados, porque somos capaces de la grandeza en cualquier actividad. Además, a nadie lo amarga un dulce y mire que este país necesita de buenas noticias.

En lo beisbolero soy rojo por cardenalero aquí y fanático de Boston en el Norte. En el futbol rojibanco aquí por Estudiantes y blaugrana afuera. La confesión es deportiva sólo, no tengo querella con ninguna franja del tricolor querido, pero no creo que ese sea el tono del futuro libre y próspero que los venezolanos buscamos.

La magnitud del logro de Cabrera puede apreciarse al darse cuenta que las Grandes Ligas se fundan en 1876 y que en ciento cuarenta y seis años, poco más de una treintena de peloteros han bateado tres mil hits y que con Miguel van solo siete que lo combinan con quinientos o más jonrones. Allí está junto a Hank Aaron, Alex Rodríguez, Albert Pujols, Willie Mays, Rafael Palmeiro y Eddie Murray.

Alegra que la hazaña haya podido ocurrir en Detroit, ciudad que lo quiere por lo que ha dado a su divisa desde 2008, cuando llegó allí de los Marlins que lo llevaron a MLB en 2003 cuando recién cumplía veinte años. Preguntado por su club sobre qué música quería que escuchara el parque cuando sonara el esperado batazo, quiso que fuera Alma Llanera “para que sepan de dónde soy”. Y así fue, en su versión preferida en la voz de Simón Díaz, el entrañable Tío Simón, gracias a la oportuna generosidad de su hija Bettsymar.

En las imágenes del estadio lleno el sábado 23, pudimos ver varias banderas de Venezuela, de seguro llevadas por algunos de esos cinco millones y pico de venezolanos que han tenido que ir a buscar vida y futuro fuera de nuestras fronteras. Batazo, Alma Llanera y tricolor fundidos en la unificadora alegría popular criolla y el legítimo orgullo nacional, inspiran que las mismas vocales tengan otras consonantes y nuestro héroe deportivo se llame Miguel Bandera.




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