El año 2020 no fue fácil para muchas personas, pero siempre habrá motivos para agradecer. La gratitud reconforta el alma y eleva el espíritu a otro nivel. Es un sentimiento que permite valorar las acciones que otras personas -sin esperar nada a cambio-  hacen a favor nuestro y eso marca la diferencia. Quizá si la gente aplicara la gratitud como un valor relevante en sus vidas, el planeta no experimentara tantas desgracias cuya autoría radica en el propio ser humano.

En este sentido, el año que termina demostró que somos más vulnerables de lo que pensábamos. Que la vida es corta, hay que vivirla, aprovecharla y obviamente agradecer. Si usted es creyente, agradezca a Dios por la oportunidad de vivir, de aprender, de servir, por esas experiencias que solo se explican a través de la acción de divinidades, las cuales, desde la perspectiva de algunas religiones, son posible por la intersección de santos y espíritus ante una deidad superior. Si usted es un poco escéptico, entonces agradezca al universo por permitirle formar parte de este cosmos que le permite ser y tener lo que tiene. Si no cree en nada, entonces agradezca a usted mismo, a sus capacidades y a quienes le rodean por estar ahí, pues para bien o para mal, lo que hacen quienes tenemos cerca, siempre termina afectándonos y se convierten en experiencias de vida.

También agradezca a sus padres. Para ellos siempre seremos chicos y pretenden lo mejor para sus hijos. A los abuelos, hermanos, vecinos, parejas, hijos, amigos. La pandemia en muchos casos afianzó redes de solidaridad y constató que necesitamos de los otros para poder vivir, somos seres sociales y la interacción es clave en nuestro crecimiento, independientemente de que esa comunicación se sostuviese a través de las plataformas digitales. Son muchos los casos entre vecinos jóvenes ayudando con las compras a los más ancianos, o grupos de trabajo dentro de algunos condominios, para establecer turnos y desinfectar escaleras, ascensores y pasamanos por el bien de la comunidad. Tuvo mucha razón John F. Kennedy al afirmar que “siempre hay que encontrar el tiempo para agradecer a las personas que hacen una diferencia en nuestras vidas”.

Agradezcamos a los maestros y profesores. En medio de la Covid-19 tuvieron que cambiar de paradigma. La presencialidad fue sustituida por las pantallas de teléfonos, computadores y otros dispositivos, enfrentando serias dificultades en países como Venezuela, donde es bien sabido el desastre del sistema eléctrico y la inestabilidad del servicio de internet. Se vencieron obstáculos y se evidenciaron brechas que con el tiempo habrá que subsanar. También a los héroes del gremio médico y de enfermeras. En 2020 demostraron gallardía en los centros asistenciales al atender a pacientes con el virus. Algunos perdieron la batalla y lamentablemente fallecieron trabajando, en casos como el venezolano, sin guantes, insumos ni trajes especiales. En nuestro país suman 272 muertos dentro del sector sanitario, de acuerdo a la ONG Médicos Unidos Venezuela. Agradecimiento eterno para todos ustedes y sus familias, el país los aplaude de pie.

Sin pretender convertirme en un gurú espiritual, hagamos el ejercicio y comencemos a agradecer a pesar de este año tan duramente jodido. Incluya además en la lista al planeta tierra, tan golpeado y ultrajado por la mano del hombre; a las mascotas por ese amor incondicional; a los compañeros de trabajo -aunque no todos sumen-, a sus santos, a sus plantas, en fin, agradecer nos convierte en seres más felices y según algunos estudios, se obtienen grandes beneficios para el corazón, por ende, enfermamos menos.

 

 

 

 

 




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