No hay duda de que el chavismo sabe mantenerse en el poder. Es lo que mejor hace. De hecho, es lo único que hace, pues todas sus estrategias, movimientos, acciones y pensamientos están dirigidos a un objetivo único: seguir mandando hasta siempre. Es su trabajo a dedicación exclusiva, 24 x 7, 365 días al año. Cualquier otra cosa que ocupe su tiempo, como hacer negocios, jugar a que gobierna o reprimir a los disidentes es subsidiaria y está supeditada a que sirva para continuar apretando las tuercas que lo atornillan a los centros desde donde se domina a la sociedad: los depósitos de armas y sus depositarios, junto a los organismos financieros dispuestos a aceptar –o blanquear- sus fondos. Fuerza y dinero. Así de sencillo. Así de primitivo. Sin leyes que estorben ni escrúpulos que se atraviesen en el camino. La ley de la selva, pero sin la honradez biológica de la selva. El sitio donde confluyen el más fuerte con el más malo.

El chavismo, por supuesto (y cuando hablamos de chavismo no es solo la corte que rodea y sigue a Maduro; hay que incluir en el pote a la totalidad de las fuerzas armadas, desde los generales hasta el último soldado), no está solo. Tiene unos cuantos aliados alrededor del mundo. Pocos pero selectos, y muy efectivos. Desde los que tratan de limpiarle la imagen, votan a su favor y los defienden y se retratan con ellos –Podemos en España, los laboristas británicos, la izquierda del partido demócrata en EEUU, el Caricom, el recién electo gobierno argentino y el provinciano socialismo mexicano, por mencionar algunos-, pasando por los que le abren las puertas para hacer negocios y evadir sanciones -turcos, rusos, chinos y empresas internacionales con distinto pelaje y nacionalidad en ninguna parte-, hasta las organizaciones que representan su apoyo más duro en logística, tecnología del terror y dinero, como son el comunismo cubano, el gobierno ruso, el terrorismo islámico y el narcotráfico internacional.

Venezuela es, hoy por hoy, el búnker desde donde se puede hacer cualquier negocio, cometer cualquier delito, darle cobijo a lo peor del planeta y mandar a desestabilizar a los vecinos cuando se quiere desviar la atención hacia más allá, por donde fumea. Un país de delincuentes con soberanía, rodeado por Estados que contemplan con una mezcla de parálisis y perplejidad cómo millones de paisanos cruzan las fronteras y se instalan en cualquier parte con tal de escapar del horror, la miseria y el absurdo. Venezuela es la sede central de una corporación criminal protegida por el concepto de nación.

En la acera del frente del chavismo están unos 25 millones de habitantes, por poner una cifra. Repartidos entre la población hay dirigentes políticos y sociales que a duras penas mantienen viva y funcionando una oposición organizada contra la dictadura, al tiempo que buscan apoyo externo y tratan de que la gente no tire la toalla ni se sume a la fila de emigrados, ni que se refugie en el puro instinto de supervivencia. Esa oposición ha cometido varios y costosos errores, en los cuales los factores comunes han sido subestimar al adversario y dar concesiones sin recibir nada a cambio. Pero sigue ahí. Tiene el respaldo de muchos, pero es débil en fuerza bruta y escasa en horas de vuelo y en formación estratégica. El juego está trancado, la dictadura sigue mandando y el país se pudre ¿Habrá salida? Con tantas manos en el plato, cada vez luce más cuesta arriba.




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