No soy de cultura anglosajona y si por mis padres hubiera sido, salgo de mi casa sólo para casarme, sin importar la edad. Pero llegó un momento en que pensé que sería buena idea independizarme.

La decisión de mudarme no era fácil. Había vivido toda mi vida en el mismo cuarto. Ahí estaban pegados mis afiches favoritos, incluyendo la joya de la corona de mi colección, un original de MyFair Lady, con la mujer más bella del mundo: Andrey Hepburn. Años atrás, mi mamá me había recomendado no pegar ese afiche, que me había regalado mi padrino rico, comprado en una tienda de antigüedades de Nueva York por un monto absurdo para mi estatus social.

“Si pegas el afiche con pega loca, esta condenado a quedarse por siempre. Pero a mis catorce años, el argumento materno era inválido porque: yo nunca voy a salir de aquí. Este es mi cuarto, aquí mando yo, hago lo que me da la gana, controlo el poder y no estoy dispuesto a cedérselo a nadie. Ese centro no cambió con los años y más bien se hizo más fuerte, influyente y dominante en la medida en que las finanzas familiares se deterioraron dramáticamente y yo, en cambio, recibía dinero fresco por mi trabajo de profesor particular de matemática, lo que reforzaba mi control sobre la vida que me rodeaba.

¿Qué sentido podía tener abandonarlo?

El disparador central fue un conflicto con papá. Quizás el único relevante que recuerdo y a partir de ahí me surgió la idea de que era momento de cambiar.

Puse muchos hitos. Cuando cumpla 22, después de Navidad, en las vacaciones de verano y finalmente llegaba el más concreto, la graduación. En algún momento esto tenía que pasar y no podía esperar a casarme, porque no estaba todavía en mis planes.

Entonces llegó la oportunidad de oro. Mi hermana, quien vivía en un apartamento anexo a mi casa, se mudaba. El lugar quedaba vacío y podía colonizarlo cuanto antes. Independiente pero al lado. Ella, arquitecto, se ofrecía a dejarlo como nuevo.

Mis padres no estaban de acuerdo. Para que ocupar ese espacio, que se podía alquilar, si tienes tu cuarto aquí y todo funciona bien. “Aquí mandas tu”. El anexo se quedó vació. Ni me mudaba ni se alquilaba.

Pero el debate en mi cabeza me agobiaba. No quería dejar mi cuarto (y con él quizás el poder), pero también me quería mudar. Había que acabar con un ciclo que ya era peligroso. Y entonces mi hermana resolvió la ecuación. “Cerramos la puerta del cuarto hacia la casa y la abrimos hacia el anexo, te mudas con todo y cuarto y san se acabó”.

No debe haber muchos casos de personas que se mudan y siguen durmiendo en su mismo cuarto. Siempre creí que era un caso único.  Pero luego de muchos años de estudio e investigación descubrí que este es un hecho común y repetido en la historia de las transiciones políticas de la autocracia a la democracia.

El sector militar de países como Chile, con Pinochet de ministro de la defensa de Patricio Aylwin, el hermano de Ortega en Nicaragua, con el mismo puesto, gobernando la Chamorros, o los militares franquistas controlando su sector en el inicio de la monarquía democrática española son un ejemplo elocuente. Sólo se mudaron cuando, como yo, se quedaron cerquita y preservaron su cuarto…y su poder.

luisvleon@gmail.com




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