La realidad de Venezuela es trágica, en lo político, económico, social, educativo-cultural, entre otras categorías. Los esfuerzos de la hegemonía despótica y depredadora para crear una sensación de mejoría, a través de las burbujas de los enchufados y de la llamada economía del bodegón, no alivian sino agravan la tragedia.

Hay quienes por razones de interés personal o patrimonial no lo ven así. Es lamentable porque con sus justificantes y supuestas proyecciones auspiciosas, tienden a confundir a mucha gente. Y Maduro y los suyos se siguen frotando las manos.

Y no hablemos de los enchufados propiamente dichos. En esa jungla no importa el color político, sino la rapacidad y el desprecio. ¡Vaya revolución!

En las antípodas está la Navidad. La celebración del nacimiento de Jesús, Dios y hombre, en un humilde establo de una región marginada y sojuzgada por poderes envilecidos.

La Navidad, así comprendida, es un tiempo único, porque Jesús vino al mundo para salvar a la humanidad de todos los tiempos.

Para los no creyentes, la Navidad suele tener una importancia especial, por motivos familiares, por recuerdos gratos, por aspiraciones en camino. La Navidad es, así mismo, un bien.

Esperemos que la Navidad en su sentido verdadero, que no tiene nada que ver con el derroche comercial y mucho menos de origen impresentable, sea ocasión para fortalecer el compromiso por construir una Venezuela digna.




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