Las crecientes presiones sociales, económicas y políticas sobre las personas, los grupos y asociaciones, llevan incorporadas exigencias y tensiones que nos envuelven y acogotan. Escaparnos de ellas no es sólo una opción, es una obligación para la sobrevivencia. Esta es la realidad dominante del mundo actual. En muchas ocasiones nos hemos sentido excluidos, señalados, marginados e incluso apartados. Son sensaciones que experimentamos en una pluralidad de ambientes: en el educacional, en el familiar, en el de amigos, y hasta en ambientes más formales y estructurados, como el de compañeros de trabajo. Todas estas son situaciones no fáciles de apartar y echar a un lado, porque aun cuando logremos manejarlas eficientemente y a satisfacción, pueden dejar en nosotros profundas huellas psicológicas, difíciles traumas emocionales y físicos, y un sufrimiento existencial extendido durante años de vida.

Ser excluidos, ser rechazados, puede producir en nosotros una gran falla de seguridad

Ser excluidos, ser rechazados, por ejemplo, puede producir en nosotros una gran falla de seguridad, un gran quiebre de integración social, que nos lleva a la búsqueda desesperada por encontrar un espacio social acogedor que nos reciba, aunque -sin saberlo- sea un refugio de malhechores, de grupos “tóxicos”, de gente traumatizada o psicotizada, y en lugar de la ansiada mejoría, agregaríamos más daño al existente…  

La necesidad de pertenencia a grupos humanos puede desarrollarse y llevarnos a extremos tales, que personas sean capaces de afrontar la violencia con más violencia; con morir o matar, para satisfacer la necesidad personal y social gregaria (la pertenencia) tan básica en nuestra especie. Por esto, la carencia del sentido de agrupación y reunión puede llevarnos a sentir el efecto indeseado del rechazo social, en forma de una gran “plaga” del siglo XXI: ¡La soledad!

En momentos difíciles, los humanos necesitamos los más diestros, las personas cercanas más habilidosas, las que demuestren cómo pueden aliviar nuestro dolor, reducir nuestra angustia y llenar nuestra soledad con emociones positivas. Es ésta una fórmula efectiva de reaccionar ante el fracaso… El modelo social, comunal o ciudadano desarrollado en el siglo XX no tomó tanto en cuenta que somos seres gregarios y necesitamos contar mucho con el espíritu del grupo. En el siglo XX, la gente vivía en núcleos poblacionales más pequeños, con grupos familiares más extendidos. La estructura social era más colaborativa. En estructuras como éstas, surgían vínculos más eficientes y duraderos; el mismo vecindario actuaba como soporte para evitar los fracasos, o para reaccionar en bloque ante ellos. No olvidemos la funcionalidad de esa realidad, activémosla en el siglo actual. Reparemos nuestra relación con este tipo de sistema social y grupal de origen, y reconstruyamos nuestra confianza básica hacia el mismo…




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