Si estuvieramos en un país normal, lo mejor sería resolver los conflictos a través de acuerdos políticos y si esos acuerdos son imposibles, entonces se debe recurrir a las instituciones, que son las llamadas a intermediar en los conflictos.  Pero en el caso venezolano, es evidente que no estamos en condiciones normales y no existen instituciones confiables que sirvan para intermediar en ese conflicto con confianza de ambas partes Así llegamos a un clásico conflicto de poderes, que no se resuelve en función de la legitimidad o la legalidad, sino de acuerdo a quien es más fuerte o más hábil.

En este tipo de conflictos, la teoría indica que no tiene sentido para el actor dominante entrar en una real negociación política. ¿Para qué negociar si puede doblegar a tu adversario sin sacrificar algo a cambio?. Por su parte, el más débil tampoco tiene estímulos para sentarse a negociar. ¿Qué puede hacer para que el adversario le entregue lo que quiere en una mesa, si él no tiene mucho que ofrecer a cambio?

En ambos casos, las negociaciones son inútiles. Ahora, ¿qué pasa cuando ninguna de las dos partes es suficientemente fuerte para pulverizar a su adversario? Entonces puede ser indispensable negociar.

Una negociación puede ser exitosa en la medida en que ambas fuerzas tienen poder de negociación y necesitan acordar para sobrevivir. Sólo cuando ambas partes llegan a ella agotadas y en peligro, su interés de intercambio puede promover una negociación, en la que nadie puede ganar ni perder todo.

Es un absurdo pretender sentarse a negociar sólo la rendición del adversario. Eso sólo ocurre cuando alguien ganó la guerra y ofrece al enemigo algunas concesiones para calmar y estabilizar el futuro. No requiere para eso mediadores, ni organizadores, ni nada. Pero en el caso venezolano, es obvio que ninguna de las partes ha ganado y ambos tienen costos vinculados al tiempo del conflicto sin solución. El gobierno se aferra a su fuerza militar (riesgosa) y la oposición no logra que su mayoría y apoyo internacional sea suficiente para doblegar al enemigo. Se puede continuar el conflicto sin negociación si crees que vas a ganar. El tema es que si ninguna de las dos fuerzas es suficientemente poderosa para derrotar al adversario, el conflicto puede prolongarse “Ad infinitum” y en el camino destruir país y pueblo.

¿Qué se puede estar negociando en Oslo?  Lo mismo que se negociaría en la Cochinchina o Altagracia de Orituco: Cómo manejar una transición con participación de todos los sectores cívicos-militares para dar marco a los cambios que lleven a una elección competitiva en el tiempo.

¿Va a entregar la revolución el gobierno a Guaido antes de una elección? Absolutamente No. ¿Va la oposición a aceptar una elección controlada por la revolución? Absolutamente No. Desde ese par de límites imposibles se comienza la negociación hacia el intermedio.

Será una negociación larga y tortuosa, y nadie puede garantizar que terminará en algo que resuelva la crisis y menos que nos guste a todos. Pero lo que si podemos garatizar, es que dado el balance de fuerzas actuales, la negociación es imprescindible, ahora o después, con la diferencia del nivel de destrucción que dejará su ausencia.

 

 




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