“¿Qué estamos padeciendo los venezolanos sino un desconcertante y masivo descreimiento cínico, un turbador rechazo a todo principio político y social, a todo liderazgo, a toda virtud? Ese es el resultado más escalofriante del chavismo: el desahucio moral de Venezuela, el nihilismo apocalíptico…” Gustavo Tovar-Arroyo

Ha sido tal lo disparatado de cuanto hemos vivido que se tiende a pensar que en la lucha por retener el poder, todo resulta lícito; tal como pensaban los antiguos con aquella idea del «dolus bonus» – pero acá ya resulta muy delgada la línea divisoria con el “dolus malus” –que ya poco importa que resulte ilícita cualquier acción emprendida para lograr su perverso cometido.

Nihilismo es la creencia de que todos los valores son infundados y que nada puede ser conocido o comunicado. Nihilismo (del latín nihil, «nada») no relativismo, y va más allá del escepticismo, es mucho peor: es negar la existencia del mal, que ha sido la idea más nefasta del siglo XX, la de los fascismos rojos o negros. Si no existe el mal, todo está permitido. Consideraba Nietzche, que el nihilismo supone la pérdida de todos los valores y ese podría ser entonces, un acertado diagnóstico de buena parte de nuestra sociedad contemporánea.

“No existen fenómenos morales, sino sólo una interpretación moral de los fenómenos”, con esta frase destacada en su obra Más allá del bien y del mal, el filósofo alemán se presentaba en contra de cómo está concebida y estructurada la sociedad. El nihilismo es para el filósofo la «consecuencia lógica de nuestros grandes valores», los cuales no son «verdades», sino solamente valores relativos que hemos postulado moralmente.

Albert Camus -una de las grandes figuras literarias de la Humanidad- etiquetó el nihilismo como el problema más alarmante del siglo XX. En su ensayo «El Rebelde» traza un dibujo aterrador de cómo el colapso metafísico a menudo termina en la total negación y en la victoria del nihilismo, caracterizada por un profundo odio, destrucción patológica, e incalculable muerte.

Anotaba Camus: «El hombre en el mundo no puede ser servidor de la muerte. Si el rebelde ejerce su libertad, no la lleva hasta su extremo voraz. El rebelde no humilla a nadie, reclama para todos la libertad que reivindica para sí mismo, y prohíbe a todos la que él rechaza».

El filósofo francés creía poder situarse más allá del nihilismo, en virtud de la fuerza vital que imprime la rebelión contra la opresión y la injusticia, apostando por la actitud generosa de los que no hallando descanso «se condenan a vivir para quienes, como ellos, no pueden vivir, para los humillados».

En una entrevista de Prodavinci al profesor Wolfang Gil, Director de la Escuela de Filosofía de la UCV, describió las conductas nihilistas, las conductas del mal, que estamos viendo en el régimen y sus secuaces, como «la negación de la dignidad, pues no hay respeto a las personas, no hay respeto a las leyes, no hay respeto a la moral. El poder es más importante que el servir. Lo más característico es la radicalidad del nihilismo. En otros países se da, más o menos, matizado, pero aquí se ha dado de manera radical. Si todo está permitido (no hay Dios), lo habrá de seguir entonces no es la razón sino las pasiones, particularmente las pasiones políticas y de ellas la más relevante es la ira, que de manera concentrada se convierte en odio.»

En esta especie de nihilismo que se adueñó del poder que nos regenta, de esos seres que no creen en nada o que no saben de qué hablan, pues el régimen puede «proponer» cualquier barbaridad con la segunda intención no tanto de hacerse el bueno, «el justo», como de estigmatizar a la parte de la sociedad más desarrollada y preparada.

Nos encontramos normalizados en una anormalidad que se torna norma, hábito y destino. Pareciera que levantarse cada mañana con nuevas leyes, regulaciones, tomadas a trocha y mocha y sin un proyecto coherente sencillamente porque «electoralmente conviene» o bien porque el principio del «Socialismo Siglo XXI» así lo estipula, es algo normal, aceptable y lógico; como así pareciera igualmente que acontece con medidas que tienen que ver con la justicia, la seguridad y la integridad personal y familiar de los ciudadanos.

Resulta imprescindible rescatar el valor de la honestidad y la sindéresis en la vida pública, en lo que debería ser la vida democrática de nuestro país. Son más de dos décadas sin referentes políticos de alto nivel. Habitamos en un país que no mira en su conjunto al futuro sino que vive sepultado en las miserias del pasado, un país donde no hay justicia para todos sino para quienes detentan los mismos ideales del régimen.

Esta sensación subjetiva de indiferencia o aquiescencia, o de ambas, se convierte en apatía. Y estas posiciones resultan dramáticas para el porvenir del país. Apartarse de cualquier asunto que se refiera a la defensa de la ciudadanía, de los principios que deben regir nuestra sociedad, implica dejar en manos de un régimen autoritario, nihilista y usurpador, el porvenir de todos. Tal como lo anotaba recientemente Teódulo López Méndez: “Estamos teñidos de banalidad. Hay que ir a reinvención como sustitutivo de desencanto. No es fácil despertar al transeúnte. “Huésped inquietante” llamó Nietzsche al nihilismo.

Manuel Barreto Hernaiz




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