“La resignación es un suicidio cotidiano.” Honoré de Balzac

La palabra resignar es un verbo transitivo que significa renunciar a un beneficio, someterse a la voluntad de otro, conformarse con las adversidades, conformarse con algo negativo, sin hacer nada contra ello. Pensamientos como “no puedo hacer nada y siempre ocurrirá lo mismo”, establecen una posición de inmovilismo y no aporta ninguna oportunidad para los cambios positivos. Quien opta por la  resignación, el futuro será siempre idéntico al presente, incapaz de conducir a nada nuevo.

“Los venezolanos se resignan a vivir sin un cambio claro de Gobierno en el horizonte. La población intentar mejorar sus condiciones en el día a día y se olvida de la política” es el título y antetítulo que colocaba Alonso Moleiro a un artículo publicado en “El País”. En tanto que mi “vecino de columna sabatina”, Fernando Luís Egaña, apuntaba en “El Carabobeño”: “Venezuela está resignada a sobrevivir bajo el control de la hegemonía despótica y depredadora, y en general se perdió la esperanza de cambio, y lo que queda es la emigración, el rebusque, la delincuencia lucrativa, incluyendo el enchufe, todo lo cual nos hunde todavía más en un abismo. En verdad no faltan motivos para la resignación. En medio de un aumento dramático de la pobreza y sobre todo de la desigualdad, la política de protesta no parece moverse y muchos de los llamados a representar y conducir el cambio político están acomodados a tan lamentable realidad…”

Recapacitando una vez más, no se puede obviar que se ha perdido el interés de la mayoría por el deterioro de la política. En no pocas ocasiones las agendas personales y las estériles disputas se impusieron sobre las causas compartidas. Una vez más confundieron las causas políticas con la causa de defender sus espacios no alcanzados aún. Hoy nos encontramos ante un evidente cisma entre una sociedad que se siente defraudada, confundida y una política crecientemente aprisionada por las prácticas que la deslegitiman.

Con una política  mal llevada  siempre se impondrá el régimen; con una mala política los conflictos quedarán sin resolverse, la gente continuará en la  desconfianza  la frustración y la resignación.

Anda ahora casi todo el mundo, con motivo de la crisis política, cacareando que tenía razón, pero muy pocos advierten que lo que se ha acabado es precisamente eso: el arte de tener siempre razón. Si estuviéramos cercanos al final del sinuoso camino por donde nos ha conducido el régimen y el retorno de las correctas certezas demócratas, quizás nos sintiéramos más tranquilos pero no habríamos entendido que lo que se acaba es algo distinto: una determinada concepción de nuestra apreciación acerca de la realidad social y de nuestra capacidad de decidir sobre ella.

Realmente sobran motivos para la resignación, pero haremos nuestras las palabras del buen amigo Carlos Ñañez quien prácticamente lo grita al escribir: “Finalmente, no nos arreglamos, nos resignamos; algunos a no denunciar y a callar, en lo personal, a pesar de hacer sentir prurito a quienes representan a este modelo opresor, seguiré denunciando y llamando a las cosas tal cual son…”

Se trata de no resignarse a los encubrimientos y distorsiones con que la indecencia y la demagogia suman su propio aporte a lo que la realidad ya tiene de intrincado. Tenemos que buscar, perseverar y hasta inventar  en lograr nuestras propias salidas, pero no sin antes llegar a un conocimiento profundo de nuestra realidad política, porque ningún camino que emprendamos nos llevará a buen término si desconocemos el punto de partida. Debemos analizar sin prejuicios ni falsos planteamientos lo que nos ha salido mal y porqué. Y también lo que hemos hecho bien.

¿Resignación? Nada de eso. Hay una tarea paciente que hacer, y que pasa por llenarse de razones, luego los argumentos prevalecerán. Hay que implicar a la sociedad en estas controversias, porque hay mucho en juego. Una sociedad poco informada resulta algo muy frágil si se mueve por consignas y no por argumentos. Al respecto señala el filósofo José Antonio Marina. “Cuando estudias la evolución de la Humanidad, ves que todas las grandes conquistas se deben a una tenaz presión social, mientras que los poderes públicos han ido siempre a remolque. Ningún soberano eliminó la esclavitud ni dio derechos a las mujeres por propia iniciativa. No hay ningún salvador que venga a darnos nada, el ciudadano tiene que tomar conciencia y movilizarse…”

No podemos resignarnos ni  claudicar ante tanta ruindad sin hacer frente a su siembra de desgracias, injusticias y corrupción que cosecha nuestra nación desde hace dos décadas. Es cuestión de perseverar para impedir que nos confisquen el porvenir. No tenemos más armas para salir de esta crisis, que la de convertirnos en una sociedad deliberante, exigente y particularmente comprometida con el rescate de nuestro país, pues está escrito en la Historia Universal que  con la resignación jamás se ha alcanzado ni la libertad ni la grandeza de ninguna nación.

Manuel Barreto Hernaiz




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