El chavismo no deja de lanzar golpes. Que nadie se crea que va a descansar o a tomarse un «tiempito» para pensar en el próximo atropello. Después de matar el  revocatorio, embaucar a la MUD con el diálogo y retrasar las elecciones regionales, llegó la legitimación de los partidos políticos. Una nueva trampa para eliminar a las agrupaciones que hacen más bulla, obligarlas a juntarse –y pelearse- dentro de la MUD y seguir avanzando hacia un escenario de partido único, como en Cuba.

El hambre de los rojos por mantenerse en el poder es infinita. No se sacia. No tiene descanso. No acepta pausas ni se desvía de su norte. Después de disfrutar por 18 años de ser dueños de un país, de sus riquezas, su territorio, sus símbolos y, por último y como fin supremo, de su gente, no es así como así que van a soltar el mando para que venga otro a cuestionarlos, a remendar el desastre y a querer condenarlos por todo lo que han hecho. Un régimen absoluto como el venezolano no se conforma con tener al pueblo pisado. Quiere tenerlo pisado y además pretende que al soberano le guste que lo pisen y le agradezca a la bota su gentileza.

Contra un adversario tan ambicioso, que dedica toda su energía y todos los recursos que le quedan al país para atornillarse, no es suficiente que la MUD se reestructure ni que se le haga reingeniería a la hoja de ruta que llevará al país a unas elecciones que ya tiene los resultados cantados. Tampoco es suficiente –más bien, es contraproducente- un diálogo con personajes que no cumplen su palabra y se rodean de mediadores parcializados. Y tampoco funciona una Asamblea que no tiene medios para imponer sus decisiones.

Ahora bien, no se puede soslayar un dato real: 80% de la población del país está descontenta con este gobierno. Y 80% de los venezolanos representa un número muy respetable, con una fuerza gigantesca si se la canaliza y se la sabe conducir ¿Y cómo se canaliza y se conduce a tanta gente? Con política buena, de calle, de medios, de sacrificio, de 24×7; con inteligencia, estrategia y un objetivo único que sea cambiar el régimen y después nos ponemos de acuerdo.

Las reestructuraciones no se anuncian mucho, sino que se hacen. Tampoco deben ser un hito del que dependa el futuro, porquelas organizaciones competitivas se vanajustando a la realidad a medida que pasan los eventos y los rivales enseñan sus cartas.Y por cierto, y a manera de ñapa, las organizaciones competitivas nunca se olvidan de quiénes son sus clientes.




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