La hegemonía y los que defienden la supuesta «normalización», que también es complicidad con la hegemonía, pretenden hacer ver que el país va por un buen camino político, económico y social, y que sólo hace falta que se elimine cualquier tipo de sanción internacional, para que lleguemos a nuestro mar de la felicidad…

Es una desgracia semejante falsedad por dos motivos principales: abona el continuismo indefinido de Maduro y los suyos en un poder, donde no hay ni trazos de Estado de derecho; y desacredita aún más a gran parte de los que se proclaman representantes del rechazo a Maduro, extendiendo la orfandad política de la población.

Se comprende que haya cansancio, se comprende que haya desilusión; se comprende, sobre todo, que detrás de la mampara del «realismo político» se encuentren intereses impresentables. Todo eso se comprende.

Pero nada de eso justifica que se valide a la hegemonía despótica y depredadora que está destruyendo a Venezuela, y menos que se llegue a encomiarla –así sea de ladito–, y menos todavía que los que luchan contra todo este tinglado sean considerados extremistas anti-democráticos. Eso no se acepta.

No se puede dejar de luchar bajo ningún pretexto. El ejemplo de Pompeyo Márquez, cuyo centenario se conmemora con orgullo y tributo patriótico, que vaya por delante. Días antes de morir seguía incansable en defensa de los valores y principios de la democracia venezolana.

Porque de eso se trata: valores y principios; no de un poquito más de barriles de petróleo, o de perfilar la economía del bodegón. No.

No se debe tirar la toalla en cuanto a los valores y principios para reconstruir a Venezuela. No tiro mi toalla, ¿y usted? o mejor dicho: ¿y tú?




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