Mientras leemos este artículo de hoy, nuestro cerebro de kilo y medio de peso, que está muy bien protegido dentro de nuestro cráneo, mantiene activa una complejísima maquinaria física y química, formada por alrededor de 86.000 millones de células cerebrales (neuronas), que se comunican entre sí gracias a un vaivén de sustancias químicas. El investigador español Santiago Ramón y Cajal, había ganado el Premio Nobel de Medicina en el año 1906 del siglo XX, por sus aportes de explicación sobre los procesos de conexiones entre neuronas que él, curiosamente, llamaba “besos” neuronales o las “mariposas del alma”. Ramón y Cajal demostró la individualidad de cada célula, y demostró que la transmisión de los impulsos nerviosos, de los pensamientos, se hacía por contigüidad, no por continuidad…

El pasado día 13 de abril de este año 2019, murió a los 93 años Paul Greengard (nacido en USA), notable ganador de otro Nobel de Medicina; esta vez la premiación ocurrió casi un siglo después, en el año 2000. El doctor Greengard dedicó su vida a investigar intensamente el comportamiento de la sustancia química ‘dopamina’ y otros 150 “mensajeros” químicos, en la comunicación de los impulsos eléctricos entre las células del cerebro. Quedaba así esclarecido, con Paul Greengard y otros notables, lo que por un tiempo se veía venir: !que el “alma” humana se trata, precisamente, de esa comunicación electroquímica! Ya, con las investigaciones del doctor Greengard, parece aclararse que la química está en la base de muchos trastornos, como la depresión, la esquizofrenia, el párkinson y el alzhéimer, y se abrió el camino para la búsqueda de alarmas terapéuticas, y la reducción de la dureza con que se presentan estos males.

Nuestro cerebro es una central poderosa y maravillosa. ¡Es el único órgano que a través de su compleja estructura bioquímica puede conocerse y explicarse a sí mismo! Que en su desarrollo evolutivo de miles de años, el cerebro ha venido pasando, de padres a hijos y a generaciones enteras, una espectacular acumulación de conocimientos, y con éstos, el desarrollo de las sociedades. Es el único órgano que ha aprendido y perfeccionado la maldad y el odio, pero ha desarrollado, también, el amor y la idea de libertad, igual que la existencia de derechos humanos. Es el único órgano que ha creado la filosofía, y ha hecho las ciencias, con las que puede entenderse a sí mismo como realidad propia del Ser Humano. Pero el cerebro es, también, el único órgano que con su creatividad y actividad puede destruir el planeta que habita, o al contrario, mejorarlo para el bienestar de las generaciones por venir.

Hoy sabemos muy bien que el cerebro opera integralmente; y según algunos cuestionados mitos, usamos sólo el 10% de nuestra capacidad cerebral. Por esto, si ocurren daños o derrames en el cerebro, quedan huellas neurológicas y secuelas en la conducta. Con un trauma cerebral moderado, las reservas potenciales del cerebro se activan y se encargan de suplir importantes funciones dañadas. !Esta funcionalidad estructural integral del cerebro, es impresionante! Entonces, ayudemos a nuestro cerebro mediante una vida sana, de apropiados estímulos, de aprendizajes y retos, y en una permanente actividad. Ayudémosle, también, con buenos instantes de descanso, de sueño y relajamiento: ¡De recuperación, de meditación!

Así, por ejemplo, si bloqueamos nuestro cerebro al pensar en un problema difícil, y nos quedamos improductivos, juguemos con el tiempo y las presiones, hagamos que el cerebro tome el control; pasemos, de pronto, a hacer algo distinto y veremos cómo aparece una solución. Nuestro cerebro es, quizás, la máquina natural más eficiente jamás desarrollada. Cuando envejece, nuestro cerebro maneja mejor los pensamientos negativos, y controlamos más las vigorosas emociones. Esto puede explicar, a favor de los ancianos, por qué las personas mayores tienden a ser más estables y felices que las jóvenes…




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