Nadie nace mentiroso, ni predispuesto a mentir. Nadie cuenta con genes biológicos que luego activen la función de mentir. Antes de desarrollar su adicción, el mentiroso quizás desconozca la farsa personal, y la “payasada” social que deben montar, a diario, para manejarse confiables en el difícil mundo de las mentiras. Quizás no sabe los problemas que traerán sus mentiras a la sociedad. Uno de ellos es el tiempo perdido, obligado a inventar mentiras, variadas, aparatosas, y hasta ingeniosas, para darle una aparente certeza a cada mentira inventada. Otro de los problemas que debemos observar es cómo se incrementa la inseguridad en los mentirosos, al crecer mentira tras mentira.

Desde temprana edad, y en muy breve tiempo, el mentiroso (o aspirante a mentiroso) ya es un candidato fuerte a vivir con problemas, ya que no puede diferenciar la fantasía de la realidad, no puede diferenciar lo que está bien de lo que está mal, ni lo que es un “juego” de lo que es mentira. A veces, justificará con insistencia sus propias mentiras, y otras veces pensará que en la vida diaria hay “jueguitos” o “pequeños engaños”, que los demás deben pasar “por alto”. Los mentirosos se acostumbran a esa inseguridad de no distinguir la mentira de la verdad; entonces, ya llegados a ese punto, se han hecho adictos a la mentira.

El mentiroso, quizás, no sabe que cada mentira es como una bola de nieve, que se desliza por una montaña: Mientras más rueda, se hace más grande, incontrolable y peligrosa. Así mismo, crece la mentira, más y más, para engañar a la gente. Un hecho a tomarse en cuenta es que, después de mentir, el mentiroso debe tener buena memoria, para organizar un eficiente “inventario” mental (o escrito) de tantas mentiras fabricadas.

Por razones como las expuestas, el escritor francés Jules Renard (1864-1910) recomendó, con ironía, que “de vez en cuando dijésemos la verdad, para que haya quienes le crean a uno cuando mienta”. Lo que no sabemos hasta el presente es si Renard dijo esto de verdad, de mentira, o para confundir a la gente…

Desde pequeños no enseñaron a no mentir a nuestros padres. Hasta una fantástica mentira universal surgió con el conocido cuento de Pinocho, en el que muchos niños creyeron o dudaron: ¡Esa figura literaria ligada culturalmente a la mentira! Un personaje condenado a que cada vez que mintiera le crecía la nariz; entonces, según la interpretación del cuento, el más perjudicado con las mentiras siempre es el mismo que las inventa…




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