Un extenso trabajo publicado por The New York Times relata cómo en cinco años, 40 indígenas de la etnia warao, de un total de 200 miembros de la comunidad, murieron a causa del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) complicado por una aguda escasez de medicamentos. «Los fallecimientos y la huida de los sobrevivientes ya han destruido al menos a una aldea».
El abandono gubernamental, la fácil propagación de la enfermedad y la falta de medicamentos para tratarla confluyen en los canales del delta, donde el drama de estas etnias ancestrales es cada día más intenso. “Si no hay intervención, esto va a afectar la existencia de los waraos”, advirtió. “Una parte de la población va a desaparecer”, advirtió Jacobus H. de Waard, un experto en enfermedades infecciosas de la Universidad Central de Venezuela que durante años ha trabajado y ha viajado con los waraos. «Está en juego el futuro de esa cultura ancestral» dijo el especialista según el diario neoyorkino.
En el gobierno del presidente Hugo Chávez, el programa venezolano de prevención y tratamiento del VIH/SIDA era de clase mundial y parecía que la enfermedad estaba controlada. Pero durante la presidencia de Nicolás Maduro, que comenzó en 2013, la economía de Venezuela ha colapsado ocasionando una aguda escasez de medicamentos y pruebas de diagnóstico, lo que ha también causa el éxodo de los mejores médicos del país.
El gobierno incluso ha dejado de distribuir condones de manera gratuita. Algo que, según los activistas, puede ayudar a prevenir la propagación del VIH. El costo de un paquete de profilácticos puede ser equivalente a varios días de salario mínimo.
Atroz inacción gubernamental
Los activistas sostienen que la inacción del gobierno resulta especialmente atroz si se recuerda que el presidente Maduro, al igual que su predecesor, se ha proclamado como un protector de los pueblos indígenas de la nación.
“Es una emergencia humanitaria, tenemos que ser muy enfáticos”, insistió Jhonatan Rodríguez, presidente de StopVIH, un grupo de activistas venezolanos.
Los waraos, el segundo grupo indígena más grande de Venezuela, han vivido durante muchos siglos en el delta donde las aguas fangosas del río Orinoco se funden con el océano Atlántico.
Con una población de 30 mil habitantes, esta etnia se distribuye ahora en cientos de asentamientos empobrecidos llenos de palafitos construidos en el borde de los arroyos y ríos de la región.
Es difícil llegar a esa zona. No hay carreteras y los viajes están restringidos a embarcaciones, principalmente piraguas. No hay líneas telefónicas fijas y en casi toda la región no hay señal de celular. Solo las aldeas más grandes tienen electricidad, aunque generalmente solo por la noche, y los generadores que la proporcionan a menudo se quedan sin combustible o se dañan.
Viajar a Tucupita, la capital del estado, puede tomar varias horas en lanchas de alta velocidad, pero una mafia controla la distribución de combustible en la región, lo que eleva los costos de la gasolina más allá del alcance de casi todos los residentes. Los piratas del río dificultan aún más el acceso al delta.
El VIH fue detectado por primera vez entre los waraos en 2007 y se cree que fue introducido por un migrante que regresó a su comunidad, uno de los muchos jóvenes de la etnia que buscaron trabajo en ciudades lejanas como limpiadores de casas, guardias de seguridad, vendedores ambulantes o en la prostitución.
Una epidemia creciente
Un estudio publicado en 2013 advirtió sobre una epidemia creciente. La investigación reveló que casi el 10 por ciento de los adultos que vivían en ocho aldeas de la etnia dieron positivo en las pruebas de VIH; un dato que, según los investigadores, constituye “una alta prevalencia dramática”. En una comunidad, alrededor del 35 por ciento de las personas examinadas resultaron VIH positivo. En comparación, la prevalencia del VIH entre la población adulta en América del Sur y Central fue de apenas cinco por ciento.
Julián A. Villalba, un médico venezolano que dirigió la investigación, quien ahora trabaja en la Facultad de Medicina de Harvard, estima que más del 80 por ciento de los waraos que diagnosticó entre 2010 y 2012 han muerto. El médico dijo que cuando los funcionarios del gobierno se dieron cuenta de sus alarmantes descubrimientos, algunos trataron de intimidarlo para acabar con su labor. “No querían mostrar que las políticas estaban fallando”, dijo, en referencia al gobierno de Maduro.
“Tenemos un gobierno que busca silenciar todo”, dijo Ernesto José Romero, el vicario apostólico de Tucupita, durante una entrevista en San Francisco de Guayo. “Dicen que se resolverá. Pero cada vez mueren más personas”.
Lee el trabajo completo en: The New York Times