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Miles de niños intentan cada año completar el viaje desde Etiopía y otros países del Cuerno de África a la Península Arábiga, y muchos acaban viviendo en la calle y trabajando en la ciudad portuaria de Yibuti, denuncia un estudio de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) presentado hoy.

El informe, financiado por la Unión Europea y que ha estudiado las vidas de 1.137 de estos niños en Yibuti, muestra cómo muchos de ellos se ven forzados a mendigar, trabajar de limpiabotas o lavacoches, o incluso prostituirse, viviendo situaciones límite.

La OIM, organización perteneciente a las Naciones Unidas, calcula que en 2018 unos 150.000 migrantes llegaron al Yemen -un país en guerra- a través del Mar Rojo en busca de trabajo en Arabia Saudí y otros países de la región, un número que ya alcanza las cifras anuales de migración por el Mediterráneo hacia Europa.

Un 20 por ciento de estos migrantes son menores de edad, que como los adultos hacen frente a «un largo viaje, a menudo a pie, y están expuestos a la deshidratación, las enfermedades y los abusos de los derechos humanos, entre ellos el tráfico de personas», destacó hoy el portavoz de la OIM Joel Millman al presentar el estudio.

Yibuti, uno de los lugares más secos y calurosos del planeta, es uno de los principales lugares de paso para estos migrantes, y muchos de ellos, incluidos niños, quedan «atrapados» en su capital homónima, sin acceso a transporte marítimo, y se ven forzados a trabajar en el pequeño país del Cuerno de África.

El informe recoge casos como el de un menor que gana 56 dólares mensuales trabajando en un restaurante y envía casi todo ese dinero a su familia en Etiopía, entre otros muchos testimonios.

«Trabajé para una familia durante cuatro años, limpiando y cocinando para ellos, y cuando dejaron de pagarme me fui y comencé a vivir en la calle», cuenta en el estudio una joven de 17 años. «Duermo en la playa, no he podido encontrar ningún trabajo y quiero dejar esta vida pero no tengo a dónde ir», añade.

Otro menor, de 16 años, cuenta cómo caminó durante un mes para llegar desde Etiopía a Yibuti, sobreviviendo con la comida que mendigaba, y ahora malvive con empleos esporádicos que no siempre son fáciles de encontrar. EFE




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