(Foto: Richard Tineo)

No había culminado la asamblea de ciudadanos frente a La embotelladora de San Diego, cuando las personas ya se acercaban con velas, banderas, camándulas, hojitas con el Magníficat, gorras tricolor y con su corazón dispuesto a orar por los 74 jóvenes caídos durante estos 82 días de protestas.

La luz de sol disminuía, para darle paso a la noche y hacer brillar las velas con las lámparas tricolor que sostenían algunas personas. Se organizaban alrededor de tres canales de la avenida Don Julio Centeno y dejaban uno habilitado para el paso de los vehículos.

«Yo quiero para Venezuela paz, libertad, democracia, unión y justicia»

La fe y la esperanza ya eran parte de la atmósfera espiritual del lugar. El mensaje: «Yo quiero para Venezuela paz, libertad, democracia, unión y justicia» congregó en un círculo a su alrededor a los orantes.

Una joven con su humilde cartel, pero con un mensaje claro y conciso, inició la jornada con una oración e invitaba a los presentes a repetir en voz alta: «Gracias por tu entrega, sólo te pido para que nos ayudes a construir el país que queremos, te honro joven maravilloso, heredero del mejor país del mundo, amén». Esta fue la frase dedicada a cada uno de los caídos.

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Mientras unos mantenían sus ojos cerrados al orar, tres personas se ubicaron en el centro del círculo, justo al lado de la bandera nacional con sus dos velas a los lados, para iniciar otra oración más personal y pedirle a Dios por todos los caídos, por los que luchan día a día en el interior del país y agraderle a Dios por haberlos puesto en Venezuela.

Cada vez se hacía más intensa la oración. Ya no había timidez para tomarse de las manos, era su corazón de hermanos venezolanos que los impulsaba, todos con la oración del Magníficat en sus manos. La leyeron en coro.

Sin programarse, se escuchó fuertemente la frase «Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos».

Ya casi cumplida la hora que daba por terminada la jornada de oración, se realizó un minuto, no de silencio sino de aplausos por los caídos. La luz de las velas delataba las lágrimas. «Gracias muchachos, gracias» gritó una señora muy sentidamente.

Con la oración del Padre Nuestro, un Ave María y la señal de la cruz, los orantes despedían la actividad, no sin antes entonar con fuerza el himno nacional con sus banderas, lamparas y gorras arriba.




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