De nuevo se habla de elecciones, esta vez de gobernadores y, se supone, consejos legislativos de los estados. De nuevo se elige un consejo electoral para que organice los comicios. Estrena atribuciones la Asamblea Nacional 6D que fue elegida en diciembre del año pasado con la abstención del 85% de los votantes. El tema electoral aburre por lo seguido, pero sobre todo por las discusiones de siempre. En un lado, el régimen con su sistema modelo caja negra y sus trampas aggiornatas. Del otro, la diversidad de opiniones entre los opuestos al chavismo, que en aras de la sencillez se puede resumir en dos bandos: los que dicen que hay que votar y los que dicen que no. Así, sin más.

Antes de adelantar opiniones sobre la pertinencia o no de votar en estas regionales de 2021, quizás valga la pena hacer un poco de memoria; solo un poquito, menos de un lustro, hasta 2017. Ese año, el gobierno contaba el cuento de la guerra económica (aún no había sanciones de gran alcance; apenas prohibiciones a individuos y suspensiones de visas) ante la inflación desatada de 2600%, la escasez de medicinas, alimentos y combustible, la falta de libertades, los presos políticos y todo el lastre que venía arrastrando y que ya golpeaba con fuerza a la gente. Según las encuestas, el 75% de la población consideraba su situación personal como mala o muy mala y el 80% evaluaba mal o muy mal la gestión del gobierno.

En ese contexto, se decidió convocar para el mes de octubre -a destiempo, con 10 meses de atraso- las elecciones regionales de gobernadores de estado. De cierta manera, fueron las últimas elecciones “normales” en Venezuela, entendiendo por normales que participó la oposición unida con su tarjeta MUD, el Psuv fue con su gran polo patriótico y no se llamó a la abstención. Del padrón de 18 millones de votantes participaron 11 millones, o el 60%. Las encuestas independientes le daban a la oposición, en promedio, una ventaja casi insuperable de 30 puntos, lo que permitía suponer una cómoda derrota para el oficialismo.

Llegados los resultados, llegó también la sorpresa. Los candidatos del régimen ganaron 18 de las 23 gobernaciones y en la votación global le sacaron 900 mil votos a los opositores, o 7% del total de sufragios. O sea, que en cuestión de días se hizo el milagro de revertir un 30% de desventaja y encima arrimarle 7 puntos más a un triunfo que nadie vio ni midió, excepto el ministerio electoral del chavismo. Días más tarde y para rematar la faena, despojaron de su cargo al gobernador electo del Zulia, Juan Pablo Guanipa, porque no quiso juramentarse ante la Asamblea Constituyente, electa en julio de ese mismo año a través un proceso cuestionable e ilegítimo. El score final fue chavismo 19, oposición 4.

De las elecciones regionales de 2017 en adelante, solo ha habido en Venezuela elecciones “anormales”, es decir, procesos convocados de forma abiertamente ilegítima o por organismos ilegítimos, llenos de inhabilitaciones y secuestros de partidos políticos, que han resultado en llamados a la abstención de parte de los opositores y en el escaso reconocimiento internacional de los personajes electos. Ocurrió en 2018 con las elecciones presidenciales y en 2020 con las legislativas.

El argumento debería estar claro, pero aún hay muchas voces que claman por la participación, por aquello de no ceder los espacios y “si nos unimos todos y mostramos una victoria contundente no podrán ocultar que perdieron y tendrán que entregar el poder”. Así no funciona, y me remito de nuevo a 2017. Sacando unos cálculos simples, y de nuevo en base a las encuestas, los candidatos del Psuv no debieron haber sacado más de 4 millones de votos, pero terminaron con 5,9 millones. Y los opositores debieron estar en unos 6,5 millones pero terminaron con poco menos de 5 millones. Una victoria rotunda se convirtió, luego de introducida en la olla de las autoridades electorales, en una felpa que le regaló al chavismo el 83% de las gobernaciones.

Con antecedentes como estos, solo queda decir que el que quiera votar que lo haga, a su riesgo y según sus preferencias. Pero eso sí, no hay garantía de nada y no vale quejarse si le hacen trampa, porque avisados estamos.




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