Otro mártir sube al panteón de los héroes que no tuvieron que haber desaparecido físicamente, otro joven al que le arrancaron sus alientos con el salvajismo que todos los días crece más y más, sin temor a leyes, sin temor a errores, sin temor a excesos, sin temor a Dios.

Mientras eso ocurre aún militares celebran unos ascensos que en las noches de silencio, ellos tampoco entienden. Los militares año tras año ascienden en desdén y complicidad, ascienden en la escala de lo ruin y la ignorancia voluntaria de quienes se comen los pellejos del amo que los adormeció hasta hacerlos patanes y perros domésticos del proceso. FELICITACIONES por los ascensos en esa pirámide que se erige sobre la sangre, la miseria, el hambre y los cadáveres de niños, de hombres y mujeres de bien que sin miedo escupieron con ímpetu retador al monstruo enfermo que rige a Venezuela.

Así como lloré a Óscar sin conocerlo, así como brotaron mis lágrimas por jóvenes como Pernalete, Lander o Geraldine, así como sufrí en una celda el asesinato de mi compañero de cárcel Rafael Arreaza, quien en visitas le ofrecía su cama inferior de la litera a mi esposa embarazada cuando me visitaba en Ramo Verde.

Así hoy lloro porque muere otro pedazo de mi junto al Capitán de Corbeta Rafael Acosta. Pero nace sobre la memoria de él y todos los cientos que ofrendaron su vida y hoy yacen torturados, presos o perseguidos, la voluntad inquebrantable de mantenerme vivo y dedicarle junto a miles mi vida al rescate de Venezuela.

Te juro mi capitan de corbeta que por cada muerto van a vivir miles, que por cada verdugo habrá millones de jueces, que por cada lágrima brotarán ríos de justicia y libertad, que por todos estos años de tristeza y luto tendremos décadas y centenarios de una democracia duradera y libertades humanas.




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