Las ciencias sociales han hecho aportes importantes a los estudios sobre migración, que pudiesen servir como referencia para analizar la brutal xenofobia de la que son víctimas compatriotas venezolanos en Perú. En el caso del país andino, la construcción de la figura del forastero, del extraño peligroso, de los “venecos” como nos llaman algunos, ha sido lastimosamente impulsada desde medios de comunicación social y discursos políticos que buscan desesperadamente votos en tiempos electorales, en donde estigmatizar al recién llegado, resulta beneficioso en una sociedad con altos índices de analfabetismo y violencia nativa.

La xenofobia hacia los criollos no es exclusiva de los peruanos. Se hace visible en países como Ecuador, Colombia, Panamá, en especial, cuando se trata de venezolanos de escasos recursos, los indeseables digamos. Sin embargo, es en Perú donde hemos observado una escalada imparable de ataques a la comunidad venezolana, que ha pasado del prejuicio verbal a la acción: agresiones físicas, campañas mediáticas estructuradas, reforzamiento de controles migratorios a venezolanos, retraso en entrega de documentación y hasta muertes en extrañas circunstancias. La sociedad civil e intelectual de ese país, poco o nada dice al respecto.

Norbert Elías y John Scotson, en un clásico estudio de la sociología de las migraciones que data de 1964 denominado The established and the outsiders: a Sociological Enquiry into Community problems, describen los procesos de construcción de alteridades en sociedades receptoras y cómo se configuran las diferencias entre establecidos y forasteros. Observaron la comunidad de Wiston Parva (Inglaterra) y evidenciaron que los vecinos con más tiempo en la comunidad, estigmatizaban a los recién llegados catalogándolos como un grupo con menos virtudes humanas, forasteros peligrosos que venían a acabar con la tranquilidad y cometer fechorías. Por el contrario, los “established”, se constituían como un grupo superior moralmente. Con la estigmatización y exclusión de los extranjeros, se lograba preservar la identidad de los establecidos, manteniendo a “los otros” en un lugar periférico, al margen, evitando cualquier posición de poder y exacerbando las tensiones.

De esta manera, sociedades como la peruana consolidan el imaginario sobre la figura del inmigrante basada en el miedo: llegaron a quitarme el trabajo, vinieron a robar, a secuestrar, a matar, disfrutan de los beneficios del Estado. En fin, les achacan radiografías internas que no lograron visualizar hasta sentirse amenazados por los outsiders. A pesar de compartir códigos culturales muy parecidos, normal en sociedades latinoamericanas, en este caso se refuerza el estigma, la amenaza, muchas veces alentados por el aparataje mediático y estructuras del poder político.
Lo interesante del asunto es que las estadísticas revierten parte de lo que tanto señalan. Estudios presentados por Washington Brookings Institution y Migration Policy Institute a finales del año pasado, revelan que los migrantes venezolanos en Colombia, Perú y Chile cometen menos delitos per cápita que la población originaria de esos países. Por ejemplo, en Perú, de las personas privadas de libertad en cárceles, solo el 1,3% son extranjeros. La comunidad venezolana representaba en 2019, aproximadamente el 2,9% de la población de ese país. Los desplazados criollos superan el millón.

La ACNUR también ha cuestionado discursos políticos que pretenden responsabilizar a venezolanos de los altos índices de criminalidad en Perú. Información suministrada a Naciones Unidas por el gobierno de Lima, revela que solo el 1,8% de todas las denuncias presentadas en el país son contra venezolanos. La mirada de la inseguridad la centran en población extranjera, alentando la xenofobia. En este sentido, investigadores del Center for Global Development and Refugees International advirtieron recientemente, que la percepción de los inmigrantes ha empeorado por lo que se espera un recrudecimiento de estas conductas debido a la recesión económica. Además, en un año electoral, políticos se aprovechan de la situación y enfilan sus discursos al estilo Trump, contra la población migrante. Lo triste del asunto, es que todo esto ocurre en un país cuyos ciudadanos también son víctimas de una fuerte carga estigmática, principalmente en Europa, Estados Unidos y países cercanos como Argentina, en donde son señalados de dirigir los carteles más emblemáticos de la droga que circula en Buenos Aires.

En un país que permite este tipo de acciones contra un pueblo que huye de una profunda crisis económica y política sin precedentes en su historia, las iniciativas diseñadas supuestamente para tender la mano a desplazados venezolanos se convierten en maquillaje, verborrea mediática para quedar bien frente a organismos internacionales. No excusamos a quien sale a cometer actos delictivos, contra ellos, todo el peso de la ley. Tampoco somos profetas del desastre. Confiamos en las reservas morales de muchos hermanos y conocidos peruanos, que defienden y seguirán luchando contra la estigmatización de nuestro pueblo.




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